Una reunión que no sale como se espera. Que se alarga y no avanza. Una época de revoluciones agotada y un Napoleón derrotado. Estamos en el otoño de 1814. Cuatro grandes potencias del Antiguo Régimen celebran una cumbre para intentar asegurarse el poder y evitar que las voces del pueblo sigan escuchándose… Si en su anterior obra, Els ocells, la compañía La Calòrica reflexionaba sobre la funcionalidad de la democracia, en Le congrès ne marche pas, uno de los personajes escribe: “El congreso no avanza, baila”. Y paso a paso, esta comedia política, escrita por Joan Yago, pone el foco sobre el poder y el exceso, y sobre la necesidad de imaginar alternativas a pesar de todo.
Teatre Barcelona: ¿De dónde surge la idea de retroceder tanto, hasta el Congreso de Viena de 1814?
Joan Yago: No surge de querer mirar atrás, sino de intentar entender nuestra realidad al borde de un colapso en todos los sentidos: económico, informativo, biofísico, planetario… Investigando sobre esta idea descubrimos el libro Tropicalismo y democracia. Y, al leerlo, es cuando, por primera vez, oímos hablar del Congreso de Viena. Empezamos a investigar y nos encontramos con este momento en el que, después de la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte es derrotado y los reyes y reinas del Antiguo Régimen unen fuerzas para frenar cualquier nuevo intento revolucionario del pueblo de igualdad, libertad o fraternidad, y establecen un gran frente común de derechas. Esta idea de la derecha reuniendo fuerzas, del Antiguo Régimen celebrándose a sí mismo como ganador, como el único sistema posible, nos conecta mucho con el momento actual del capitalismo: el sistema neoliberal se celebra a sí mismo como el único sistema posible, pero en realidad ya está herido de muerte. En la obra, el momento en que se celebra el Congreso de Viena como la gran fiesta del Antiguo Régimen es, en realidad, la muerte del Antiguo Régimen. Y nos gusta pensar que, en esta sociedad contemporánea en la que vivimos, probablemente seguimos alabando las glorias de un sistema que ya está muerto y acabado.
Comida, baile, espías, conjuras, sexo… ¿Tiene algo que ver con la imagen que tenemos de la política actual?
Sin duda. Hay algo fascinante del Congreso de Viena: es la primera cumbre internacional de la historia. Sirve muy bien como metáfora de todas las que vinieron después. Esta gente no sabía, literalmente, qué tenía que hacer. Se suponía que debía durar una o dos semanas, pero acabó durando nueve meses con un enorme derroche de dinero. Y, claro, cuando te enteras de que la COP, la cumbre anual de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, fue organizada por el nieto de un monarca corrupto y con mandatarios llegando en jets privados para hablar de cómo eliminar los combustibles fósiles… automáticamente recuerdas el Congreso de Viena. Allí estuvieron nueve meses bailando valses, bebiendo champán y teniendo amoríos entre ellos. Apenas hubo reuniones oficiales ni conclusiones.
Hasta entrar en la treintena, no asimilé que todo lo que hacemos es político ¿A ti también te pasa?
Sí. Tengo la sensación de que las ministras de finales del siglo XX nos enseñaron que lo que es personal es político, y esa es una gran lección. Pero también creo que, en algún momento, los creadores nos hemos acomodado en esta idea. Si lo personal es político, cualquier obra puede ser etiquetada como teatro político. Somos buenos haciendo diagnósticos de lo que no funciona, pero nos cuesta mucho proponer soluciones. Esta obra intenta proponer algo porque, al final, preferimos ser cursis que cómplices de una postura eternamente cínica y derrotista.
¿Has estado alguna vez en una reunión que, en principio, parecía sencilla y se ha complicado?
Sin duda. Por debajo de la crítica a los gobernantes, hay una crítica a la humanidad. Todos y todas, en el fondo, no tenemos ni idea de lo que estamos haciendo, ni de lo que hay que hacer. Los asistentes al Congreso de Viena sabían que tenían trabajo por hacer, pero preferían pedir otra copa. Es especialmente criticable porque esta gente eran mandatarios de quienes dependía la vida de miles de personas, pero este comportamiento sigue ocurriendo.
«Las historias pueden inspirarnos, pero ir al teatro no nos convierte en revolucionarios ni en mejores ciudadanos»
¿Se pueden hacer revoluciones en un teatro?
Creo que el teatro, por sí solo, no cambia el mundo. Pensar que, por el hecho de ir al teatro, estamos haciendo un acto político que puede generar algún cambio para mejorar la realidad es una idea equivocada, porque entonces mantener una actitud política y revolucionaria solo estaría al alcance de aquellas personas privilegiadas que pueden pagar la entrada. El teatro nos recuerda que, si quisiéramos, podríamos intentar cambiar el mundo. Las historias pueden inspirarnos, pero ir al teatro no nos convierte en revolucionarios ni en mejores ciudadanos. El teatro no nos hace mejores. El teatro es un espacio para entrenar la empatía. Vamos al teatro a escuchar las historias de los demás y eso nos ayuda a aprender y a convivir mejor.
Si en esta obra se abre la posibilidad de imaginar alternativas, ¿cuál sería la tuya? ¿Quién sería Joan Yago en otra vida si no fuera autor de teatro?
Probablemente habría sido profesor de historia, como mi madre. La historia me fascina porque, para imaginar futuros, hay que recordar el pasado. Mirar atrás es a menudo informativo e inspirador.
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