Joan Pera: "Lo que más espera la gente de mí es la proximidad"

Alba Cuenca Sánchez

Por Alba Cuenca Sánchez / @Herronita93

Joan Pera me recibe cordialmente a su camerino. Él ya hace un rato que está. Encima de la mesa, el guion, lleno de anotaciones. “¿Todavía hay nervios?” le pregunto. Me responde que siempre hay cosas a repasar, a pesar de que ya llevan más de 20 funciones. “¿Está viniendo mucha gente?”. “Mucha”. Me explica que hicieron récord de entradas previas vendidas. Quizás ahora más que nunca la ciudad necesita ratos de desconexión. Y es que El pare de la núvia sirve efectivamente por eso: para entretenerse, reír y no pensar mucho.

TEATRO BARCELONA: ¿Qué tiene una boda que nos hace reír tanto?

JOAN PERA: Es una fiesta que se prepara con mucha antelación. También hay mucha expectativa y mucho público. El teatro, para que vaya bien, tiene que ser una fiesta de arte, de interpretación, de léxico, de comunicación. Se juntan dos cosas que son muy golosas.

¿La gente se implica en esta fiesta?

Hay muchos momentos que hablo con el público, porque lo que pretendemos es que no sea una fiesta que pasa en el escenario, sino que sea aquella fiesta en que quien más quien menos todo el mundo se ha visto involucrado. Todo el mundo se ha visto involucrado en una boda, o en la propia, o en la de los hijos, los nietos, los sobrinos… Es de aquellas cosas donde todo el mundo entra, todo el mundo juega un papel. Y el teatro es jugar papeles.

Decías en la presentación de la obra que una de las claves de tu trabajo es “estar pendiente de lo que la gente busca y no decepcionarla.” ¿Qué busca el público que te viene a ver?

Simpatía. Reír. Pasárselo bien. Y sobre todo comunicación, mi debilidad. Yo hago un padre de la novia que supongo que le ha pasado a todos los padres de todas las novias, que quieren aquello para la niña y aquello y aquello otro y la niña pasa. Esta proximidad con el público es lo que gusta más. Porque a veces yo salgo al escenario y no sé demasiado lo que diré o no sé si lo que diré hace gracia, pero si lo dices de aquella manera que la gente lo acepta, ya hay suficiente. Lo que más espera de mí la gente es la proximidad. El día que yo haga de Dràcula o del asesino de la Quinta Avenida… No les gustará.

Pero has hecho de fantasma.

Sí, pero qué fantasma. ¡Aquello era una desgracia de fantasma! Si algún día tenemos que ser fantasmas, ¡a mí me pasará lo que le pasaba a aquel pobre hombre! (ríe) El otro día, una anécdota, había un chaval de unos 13 o 14 años que había venido y me dice “eres mayor, pero eres bueno, ¿eh?”. Viejo y todo, había esta comunicación. Y esto es lo que he buscado siempre.

¿Esta proximidad es la base de la comedia?

Toda la vida he estado reflexionando qué es para mí la comedia y es que no lo sé, todavía lo estoy buscando. Pero esta proximidad es la base de mi manera de hacer. Que tampoco tiene que ser cómica. Esta proximidad la podemos dar con una sonrisa, con una simpatía e incluso en momentos tristes. Pero la comedia es siempre sorprender al público. Y sobre todo ser generoso. Yo no me limito a hacer la función, yo pongo el alma. Yo necesito que aquella frase les llegue, la entiendan, la sonrían, la vivan.

¿A quién admiras?

Admiro a muchísima gente, en el sentido de que subirse a un escenario es un acto de generosidad y de amor, y esto lo admiras incluso de gente que no te gusta. Yo admiraba muy de jovencito a Capri, pero no tanto por el chiste que dijera sino por esta proximidad que tenía con la gente. Porque él no era un hombre simpático ni agradable, pero a pesar de esto tenía una comunicación constante. Y bien, a Charlot lo encuentro magnífico, aquella manera de ser tanto de él, cuando dice “lo siento mucho, pero estoy a favor de la gente”, es un poco esto. Pero todos los grandes humoristas. Y de Joel (Joan), yo admiro Plats Bruts, El Crack, esta potencia de juventud y de humor y de estimación. Tiene esta entrega, este querer que la gente se lo pase bien. Te digo estos jóvenes pero podría decir muchos, a Buenafuente lo encuentro genial… O Eugenio. O Rubianes. Seguro que me dejaré.

¿Creus que hay algún límite del humor o se puede reír de cualquier cosa?

No tendría que haber. El humor, como decía Woody Allen, es tragedia más tiempo. En perspectiva todo puede tener sentido del humor. Porque “hagas lo que hagas en esta vida, no saldrás vivo de ella” (río). ¿Cómo me gustaría morir? Haciendo reír.

¿Y como se consigue esta perspectiva?

Cuando haces humor con estas cosas, tiene que ser un humor de proximidad, de simpatía, no de barrera. Yo no me puedo reír de ti, pero sí que te puedo hacer sonreír. Evidentemente que la perspectiva es importante, hay esta risa de Franco y de la guerra de Franco y había un millón de muertes, y esto ‘ha sido nuestro pan de cada día’ durante 40, 50 y 60 años. Todo tiene su punto de humor con tiempo y generosidad, proximidad.

¿Cuál crees que es la función del teatro?

Lorca decía que “el teatro es la esencia del pueblo”. Y el teatro refleja siempre el momento del pueblo. Por eso el teatro tiene que ser popular. El teatro es bastante temporal del momento y local. Hay gente especial, Shakespeare es tan universal porque hablaba de cosas del pueblo, del rey, de los ricos, de los pobres, del amor…

Pero no hablaba de muchos sectores de la población. De las mujeres por ejemplo.

Pero era el momento. Las mujeres no iban con pancarta en aquel momento.

Esto no quiere decir que no estuvieran…

Pero piensa que Shakespeare casi siempre habla de sentimientos, de ambiciones, de afectos, que tanto pueden ser de mujer como de hombre. Tiene comedias de mujeres perfectas: Mucho ruido y pocas nueces, Los amantes de Verona… La fierecilla domada que parece tan machista, es un ‘tirón’ de las mujeres en todos sentidos.

Cambiando de tema. Dedicaste el Gaudí honorífico a todos los actores y actrices de tu generación. Destacabas las dificultades que han tenido que pasar. ¿Cómo han evolucionado estas dificultades del sector a lo largo de tu trayectoria?

El sector ha dado un paso de gigante extraordinario. Piensa que cuando los de mi generación empezamos en el teatro en Barcelona solo había un teatro en catalán, todo el resto eran de semi aficionados y dos o tres en castellano. Por lo tanto si no hacías teatro tenías que buscarte otros trabajos. Entonces ya vino la televisión, que nos dio una cierta seguridad de oficio. Y después ha habido la creación, ya desde la época democrática hacia aquí, de las industrias culturales que nos han dado mucho trabajo. Más o menos bien pagada, pero piensa que de los 3- 4 teatros que había cuando yo empecé ahora hay 60. Se ha creado industria, ha habido el espaldarazo de los medios…

Pero hay algunos de estos 60, la mayoría de hecho, que sobreviven con una precariedad absoluta.

Pero esto también es cuestión de tiempo. Esta precariedad no existía. Ahora quizás es precario, pero hay trabajo. Hay escuelas, puedes trabajar, puedes enseñar, puedes aprender… El teatro, los actores, hemos adquirido una importancia social que no teníamos. Ahora te piden incluso ir a dar clases de interpretación porque se ha descubierto que el teatro es muy pedagógico. Hay mucha diferencia, la misma que de actores. Ahora a la asociación de actores podemos ser 5000. Pero hay muchas más oportunidades. La televisión, ahora hay series a punta pala, hay trabajo para muchísima gente. El paso ha estado muy grande. Llegar a un nivel muy alto artísticamente, te hablo del Nacional, del Lliure, de Focus, de Dagoll Dagom… El salto ha estado inmenso, un momento teatralmente muy bueno. También porque ha habido un espaldarazo cultural. Que después nos han abandonado, porque hay muy poco presupuesto, pero antes no había ninguno. Y llegar a las cuotas de calidad que se ha llegado ahora con este poco presupuesto… Hay gente extraordinaria.

¿Has visto alguna obra últimamente que te haya gustado?

Fui al Maldà a ver Les dones sàvies, con Enric Cambray y Ricard Farré. Y me gustó muchísimo. Y Roger Pera hizo una comedia que se llamaba Quina feinada!, hace casi un año en el Versus y estaba muy bien. No sé quién es eh… Roger Pera (ríe), pero estaba muy bien. Es luchar, ir, ser… Y realmente toda aquella precariedad nuestra… Premios no había, no hemos tenido nunca… Sí que hay un reconocimiento. Y yo he conocido muchos actores que no han sobresalido nunca, muchos ya no están evidentemente, pero son los que a mí me enseñaron más. Y también se merecían por la estimación… Es curioso como el teatro crea un vínculo de amor ‘tremendo’, que te dura toda la vida. Toda la vida siendo capaces de ir tirando ‘funcioncitas’, ahora un papel pequeño, ahora en una serie… Así ha pasado muchísima gente, gente muy buena y grandes personas. Yo, si a los 20 o 30 años no hubiera triunfado un poco, no sé si hubiera tenido esta valentía de continuar. He tenido la suerte que siempre he dado un paso más, un poquito más, que ha hecho que yo continuara. Pero la valentía y mi admiración a todos los actores de mi generación. Esta semana murió Marta Padovan, toda la vida de teatro. O Josep Maria Domènech o Joan Borràs, a quien admiro muchísimo.

Claro, no siempre puedes hacerlo, al final tienes que comer.

Evidentemente cuando yo empecé éramos cuatro desgraciados. Piensa que cuando yo fui al Institut del Teatre en todo Cataluña aquel año éramos 11. Pero claro, entonces no tenías ningún tipo de salida ni de futuro. La mayoría de nosotros por la mana hacíamos un trabajo y por la tarde íbamos a hacer teatro. Yo hice la mili aquí en Barcelona y a la vez trabajaba en el Romea con Adrià Gual. Pero un día me dormí para ir a la mili, ¡y me metieron en la prisión! (río). Todos teníamos otros trabajos, era tanta la ilusión…

Cuando me voy, me queda claro que mantiene la ilusión del primer día. Un par de horas después, compruebo que la gente que llena la platea del Condal también está ilusionada por verlo en acción. Hay personas mayores, pero también gente joven. Y todos ríen mucho durante los 180 minutos con entreacto que, ciertamente, pasan volando. Joan Pera es un icono para todo el mundo. Me quedo con la frase que dice una chica a mi lado: “La obra está bien, pero él… ¡Abre la boca y ya me estoy riendo!”

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