Jan Lauwers y la Needcompany: El teatro con sangre entra

Jan Lauwers y la Needcompany. Dos nombres la sola mención de los que hace salivar los amantes del teatro exquisitos con un ojo atento a lo que pasa más allá de nuestras fronteras, sobre todo las artísticas. Uno de los cinco magníficos belgas junto a Guy Cassiers, Ivo Van Hove, Alain Platel y el ahora cuestionado Jan Fabre. Lauwers, referencia de la creación contemporánea con obras definitivas para entender el inicio del siglo XXI, como The snakesong trilogy, Isabella’s room, The lobster shop o The deer house. Títulos que construyen un sólido imaginario de la Needcompany como un laboratorio de dramaturgias propias.

Billy’s violence (un destilado de la violencia en las obras de William Shakespeare adaptado por Victor Lauwers) podría parecer una rareza en su trayectoria artística. No lo es. De vez en cuando también buscan inspiración en James Joyce, Alberto Moravia o Albert Camus. Y siempre vuelve Shakespeare, con la Needcompany o sin, desde que en 1990 versiona Julio César. Después vendrían Antonio y Cleopatra, Macbeth -con Viviane de Muynck en el rol titular-, El rey Lear y La tempestad. Una evidente conexión que, entre otras razones, se podría explicar por la importancia que el cuerpo del intérprete tiene en los dos artistas.

Nos hemos acostumbrado a recibir escénicamente Shakespeare con la sacralizada grandilocuencia que se otorga a los clásicos. Se ha olvidado que el teatro isabelino era un espacio abierto y vacío en el que el actor -las mujeres no tenían acceso- y su cuerpo eran el único elemento para construir la escena ante una audiencia que todavía no tenía el filtro de la veneración. La misma concepción teatral -con una vivencia contemporánea- que tiene Lauwers del rol absoluto del cuerpo del intérprete en la dramaturgia.

La audiencia del siglo XVII competía en espectáculo y atención con el escenario. Shakespeare -autor y empresario- sabía cómo ganar aquella competición y le ofrecía al espectador auténticas orgías de sangre y tortura, con Tito Andrónico al frente de la suma de atrocidades gore en un solo texto. Era un estímulo real y perfectamente asimilado por la sociedad. La violencia era en cualquier circunstancia, las ejecuciones eran un espectáculo gratuito, financiado por el Estado, y las relaciones personales y sociales aceptaban con naturalidad el uso de la violencia. El horror de la brutalidad física era una atracción, también visual, como lo es ahora y explota este montaje. Quizás con la misma función catártica, cerrando el miedo de nuestra propia monstruosidad en una cápsula de ficción.

Billy’s violence -el mismo título ya es un guiño a la familiaridad de un entretenimiento popular- es un recordatorio de lo que somos, nos repulsa y atrae; a la catarsis que anida en el teatro y las pulsiones atávicas que reelabora, y también a la evolución de la mirada. Purgado de anécdotas, la mujer -antes vetada- erige en la principal narradora.

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Escrito por

Licenciado en Ciencias de la Información en la UAB. Ha formado de redacciones culturales de medios como ABC, Hoy, Ara, Time Out, El País o La Vanguardia. También ha colaborado con equipamientos como el Gran Teatre del Liceu o el Teatre Lliure.

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