Ivan Labanda: "El ego está muy bien arriba el escenario, pero fuera eres un trabajador"

Rubén Garcia Espelta

Ivan Labanda (Barcelona, ​​1980) es un artista poliédrico que ha forjado sus casi 30 años de trayectoria en ecosistemas tan dispares como la televisión, el cine, el mundo del doblaje y el teatro. Actualmente lo podemos ver en el Tívoli, en el musical Cantando bajo la lluvia, una gran historia de amor contextualizada en la irrupción del cine sonoro en Hollywood en los años 20. Un espectáculo que mantiene el espíritu de la película original de 1952 y donde no faltan las coreografías de míticas canciones como Good morning y Singin’ in the rain. El actor vuelve a ponerse bajo la dirección de Àngel Llàcer (La jaula de las locas, El petit príncep) para afrontar un gran reto: encarnar a Don Lockwood, el papel protagonista que catapultó a la fama Gene Kelly.

Ivan Labanda: Es una responsabilidad, y no sólo por el peso de la protagonista, sino por la gran importancia que tiene la danza en el espectáculo con la exigencia que esto supone. Sabía que Ángel le estaba preparando y le pregunté si tenía un papel para mí, y me dijo que sólo me veía haciendo el papel de Don Lockwood, pero que imaginaba más a un chico más joven y que fuera bailarín. Hicieron los castings, no encontraron a nadie y me lo propuso a mí. Me quedé en choque. Como el resto del equipo, hice un casting con Míriam Benedicted para probarme en el ámbito coreográfico y aquí tenéis.

Aquí, en el Teatre Tívoli, donde te hemos visto bastantes veces y donde debutaste con 12 años en el espectáculo ‘Nou Memory’ del Àngels Gonyalons cantando ‘Joseph y los maravillosos sueños en technicolor’ (vídeo posterior).

En ese momento no se hacían tantos musicales como ahora. Y después de estar al lado de Àngels, en uno de sus momentos más álgidos, y de los otros niños de la coral supe de inmediato que quería dedicarme al mundo del espectáculo. A veces me venden imágenes de cuando yo era pequeño: recuerdo que nos escondíamos en las piernas del escenario mientras decíamos cosas en Gonyalons [ríe]. Es un espacio muy especial para mí.

Durante tu trayectoria te hemos visto trabajando en televisión y en cine, pero el mundo de los musicales nunca te abandona. ¿Te sientes encasillado?

Sí, pero me asocia al teatro musical porque ha tenido un peso importante en mi trayectoria. Esto no significa que no pueda defender un papel en una obra de texto. De hecho, he hecho bastantes junto a directores como Belbel, Albertí y Prat y Coll. En este país tenemos esa manía de encasillar a los artistas, y parece que no podamos hacer otras cosas más allá de eso. Tengo muchas ganas de volver a hacer teatro de texto, y tengo la capacidad para hacerlo, ya lo he demostrado muchas veces. Pero me apetece tanto como seguir haciendo buenos musicales… Al final no depende tanto de uno mismo, sino de la industria, que te den el espacio donde los encajas más.

«El ego está muy bien cuando subes al escenario, pero fuera eres un trabajador»

Dices que has trabajado con grandes directores, como Llàcer, Bozzo, Albertí y Paco Mir, entre otros muchos. ¿Cuál es la lección o consejo que te ha quedado marcado a fuego y que hoy en día todavía te aplicas?

Yo tengo una frase que es “¿Qué haría Anna Lizaran…?”, e incluso tengo una más actual que es “¿Qué haría Mireia Portes…?” [ríe]; cada una lo asocio a cosas diferentes. Para mí, Anna, con la que trabajé, es, en toda su dimensión, un referente total. Recurro a menudo a la frase y pienso que ella sacaría adelante una función incluso con una pierna rota. Los consejos quizás vienen más de casa, de la familia: tener los pies en el suelo y ser honesto y humilde. Éstos serían los pilares fundamentales no sólo profesionales, sino en la vida en general. Pero es que en esta profesión hay mucho imbécil…

Hablando de estas “cosas” de la profesión, ¿cómo llevas gestionar estos grandes egos que dicen que existen?

Incluiría también lo propio. Es un elemento que forma parte del aprendizaje de ese oficio y que va inevitablemente ligado a la vida. Creo que lo que debes aprender en la vida es a saber gestionarlo: te puedes devolver un imbécil, si te va muy bien, por ejemplo, pero también puedes codificarlo de otra manera y pensar que eres un currante y acabar pasándote el ego por el forro. El ego está muy bien cuando subes al escenario, pero fuera del escenario eres un trabajador. Yo, al menos, me lo planteo bastante así.

Cada noche 1.000 litros de agua inundan el escenario del Tívoli en una de las escenas más míticas del musical

Hace unos meses en las redes hubo un rifirrafe entre dos directores con los que tú has trabajado. Bozzo criticaba al Lácer por haber hecho sus últimos musicales en castellano, y Ángel le reprochaba algo de unas subvenciones. ¿Cómo viviste la polémica?

Francamente, me da igual. Ya lo harán, si se pelean. Seguramente uno tenía unos motivos para hacer ese tuit y el otro tenía sus motivos para responder. Muchos ponen a Mar i cel como ejemplo de que se puede hacer teatro musical en catalán con éxito, y es cierto, pero no nos olvidemos que estamos hablando de un fenómeno muy concreto y que nació en los 80. Hoy el panorama teatral, sociopolítico y económico es muy distinto. Creo que no podemos faltarnos en este argumento para defender esta idea. Supongo que los productores teatrales tienen sus argumentos para hacer grandes musicales en castellano que después puedan permanecer en Madrid, supongo que para rentabilizar la producción, no lo sé… Al fin y al cabo, yo soy un actor y, como alguien me dijo un día, los actores no tenemos discurso propio [ríe]. Yo ejecuto lo mejor que sé y me pongo al servicio del arte.

Siempre te hemos visto trabajando en musicales en catalán o castellano hechos en Barcelona. A pesar de haber hecho giras por Madrid, ¿te has planteado alguna vez dar el salto e ir a trabajar allí?

Me lo he planteado alguna vez, pero intento fluir con mi vida. Allí hay una industria musical que aquí no existe, pero, de momento, mi casa es Barcelona.

¿Qué le falta a Barcelona para terminar de despuntar en el terreno de los musicales?

Madrid ha creado esta industria porque tiene a los espectadores para poder cubrirla, se nutre de todo el inmenso perímetro que la rodea. Aquí la tradición también va hacia otro lado. Se ha intentado crear una industria como la de Madrid pero no ha funcionado. También te diré que sería muy infeliz como artista viviendo a base de franquicias y reproduciendo lo que ya han hecho los demás. Por eso me gusta lo que hemos hecho con La jaula de las locas o con Cantando bajo la lluvia: tomar una obra de teatro y construirla desde cero. Trabajar así te hace sentir realizado como profesional.

Ivan Labanda, Diana Roig y Ricky Mata, durante la función de ‘Cantando bajo la lluvia’

Durante mucho tiempo has estado en televisión haciendo parodia política en Polonia; sin embargo, no te gusta la política y no te has posicionado por ningún partido. En cambio, sí que te hemos hecho gestos muy significativos a favor de ciertos derechos y de la igualdad, o reivindicando que los hombres puedan llevar falda. ¿Es difícil mantener este equilibrio?

Pero son cosas que nada tienen que ver, es decir, ¿por qué los hombres no pueden llevar falda?

Quizás ciertas ideologías no lo ven bien o no están tan a favor…

Ya, pero en cualquier caso, a mí, siempre que se trate de defender derechos, siempre me encontrarán con ellos. La política me da una pereza tremenda, y más en el mundo loco en el que vivimos y que estamos construyendo por ejemplo con las redes sociales… Como sociedad no estamos suficientemente preparados para gestionarlas, las redes: el mal uso y el descontrol hacen que también estemos fabricando nuestra propia extinción.

Volviendo a tu trayectoria, más allá de los musicales existe otro gran momento: Operación Triunfo. ¿Crees que hay un antes y un después de tu paso por el programa?

Operación Triunfo es una experiencia muy intensa en la que me puse a prueba haciendo cosas que nunca había hecho y me sentí profundamente feliz y realizado. Me transformó y, más allá de la popularidad, me hizo crecer en todos los sentidos. Yo tenía muchos conocimientos profesionales y vitales que, de repente, tuve que reconocer y ordenar para poder ayudar a otros.

¿Cómo crees que un programa como OT, con una audiencia muy joven, puede ayudar a acercar las artes escénicas a nuevas generaciones?

Por ejemplo, generando inquietud artística. El hecho de que los chavales sean cantantes hace que muchos después acaben haciendo musicales, y eso ya es un paso. De hecho, muchos de ellos terminan cantando canciones de musicales dentro del mismo programa. Al final se trata de fomentar el arte y la inquietud artística entre ese público. Mis clases con los chavales las enfocaba hacia aquí. ¡Todo lo que sea enriquecer la cultura bienvenido sea!

Hace unos meses surgió una polémica en Madrid, cuando algunas personas criticaron a David Bustamante, cantando con 20 años de trayectoria, por ponerse a defender de golpe el papel protagonista del musical Ghost. ¿Qué piensas de que se haya priorizado a este artista por ser una cara conocida?

Dudo que esta decisión se haya tomado de forma artística. Creo que obedece más a una estrategia de marketing y que poco tiene que ver con el contenido artístico de la obra. Si Bustamante o cualquier otra figura con muchos seguidores en las redes sociales, independientemente de su calidad artística, llena los teatros, después de estos últimos meses vividos, ya puede considerarse un éxito. Eso sí, no nos olvidemos de encontrar el equilibrio real entre la oferta y la calidad artística. Debemos conseguir que la gente vaya al teatro porque se hace bien, no porque una imagen vende como churros. Entiendo que haya productores que decidan hacer estas cosas, pero creo que en estos casos no es rema en favor del arte. La obra al final queda absolutamente en un segundo plano, porque lo que se prioriza es ganar dinero.

«Hay que formar más artistas, y no clones que canten todos igual»

Un día Àngels Gonyalons me dijo que, en el mundo de los musicales, personas que cantan y bailan hay muchas, pero que actores que además interpreten hay pocos. ¿Estás de acuerdo con ella?

Totalmente. Es muy curioso que, a pesar de la proliferación de escuelas de teatro musical, sobre todo durante estos últimos 20 años, mayoritariamente seguimos trabajando siempre los mismos. Algo sucede. Si se quiere profesionalizar el personal se debe apostar por una enseñanza de calidad que prepare a los alumnos para poder afrontar un casting aportando algo nuevo. No se trata de realizar clones; de gente que canta muy bien, coloca las notas en su sitio y afina hay mucha. Creo que lo que falta es mucha voz artística propia, y en las escuelas debería enseñarse a la gente a encontrar su propia personalidad o esencia. Se deben formar artistas, y no clones que canten todos igual. En un casting precisamente lo que se busca es gente auténtica, gente que brille con sus recursos. Gente con alma.

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Escrito por
Rubén Garcia Espelta TWITTER

Periodista y gestor cultural. Responsable de contenidos editoriales de TeatreBarcelona.com. Ha trabajo en medios como Catalunya Ràdio, El Periódico de Catalunya, La Xarxa, Ràdio 4 o Rac1.

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