Fronteres: el Ecce Homo, distopías y corrupción

El TNC sigue explorando el eje temático de la temporada, las fronteras, con el estreno de un espectáculo tríptico interpretado por un reparto que Xavier Albertí considera «la Champions League del teatro catalán».

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Santa Cecília de Borja a Saragossa, Frontex y Geografia son los tres textos encargados en el proyecto temático que Xavier Albertí, director del Teatre Nacional de Catalunya, ha propuesto que centre la reflexión de su programación, que en abril nos trajo Amarillo y Moro como país, y que esta vez «también se le habría podido llamar víctimas: las víctimas que a veces no son tan evidentes», explica Albertí.

LA FRONTERA DEL ARTE

El primer texto de Fronteras lo ha escrito Rafael Spregelburd tomando el nombre de Cecilia Giménez, la mujer que pintó sobre el Ecce Homo de Borja porque pretendía restaurarlo: Santa Cecília de Borja a Saragossa habla de dos profesores de arte que discuten si incluir esta restauración fallida al canon de las universidades europeas. «Lo que es interesante -comenta Spregelburd, que también dirige el espectáculo-, es cómo este hecho inconsciente ha cambiado las fronteras de la historia del arte.» «Pintó sobre un original como un acto de amor» y este hecho no sólo llegó a todo el mundo, explica Spregelburd, si no que también atraviesa todas las fronteras, incluso la legal: «Si yo lo hiciera en el Louvre, no me veríais más», bromea.

Las declaraciones de Cecilia son muy humanas, con frases como: «Si la hubiera podido terminar quizá nadie lo habría notado», pero el mercado, con su desviación, adopta todo lo mediático, sea arte o no (hasta el punto de que una agencia de publicidad nombró la zaragozana como creativa). Para los académicos del arte es todo un conflicto, explica el director: «si realmente hubiera tenido intención de destruirlo (como tenía a veces Warhol), sería arte, pero también un crimen. De hecho, no saben ni si puede reclamar la autoría.» Santa Cecilia de Borja en Zaragoza la interpretan los cuatro actores que forman el elenco de Fronteras: Lina Lambert, Jordi Boixaderes, Roser Batalla y Oriol Genís.

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LA FRONTERA DE LA ARTIFICIALIDAD

La segunda parte del espectáculo es Frontex, una reescritura de En estat d’excepció del mismo autor, Falk Richter. Alicia Gorina dirige esta «distopía de ciencia ficción muy real» que tiene como protagonista a un matrimonio que vive recluido y aislado del exterior a cambio de seguridad, interpretado por Roser Batalla y Oriol Genís. Su realidad está basada en una urbanización de lujo de Florida, propiedad de Walt Disney, donde los ciudadanos (que viven, trabajan y hacen vida ahí), son clientes. Gorina asegura que este espacio, que es real, lo toma Richter como «una metáfora de la sociedad del neoliberalismo que vivimos, el sistema capitalista y la Unión Europea» (de hech , Frontex es el nombre del organismo que regula las fronteras en la UE).

Los personajes, explica Gorina, encarnan dos actitudes que encontramos con frecuencia: «ella vive bajo el miedo, un mecanismo de control que hace que se aferre como al sistema como a un clavo ardiendo, y él es más consciente del vacío del lugar donde vive, pero no hace nada para salir de él» . «Richter nos muestra a los protagonistas, pero no pone cara al poder, como sucede realmente -relata Gorina-. Penetramos en la intimidad del matrimonio y vemos cómo afectan los poderes políticos a su intimidad, cómo la suya es una manera de vivir muy artificial y, cuando sacamos de ésa vida todo artificio, vemos que estábamos invadidos«. En el universo que nos propone Richter, que exagera para hacernos sentir identificados , los roles Norte y Sur han sido invertidos, y los negros intercambian el papel con los blancos.

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LA FRONTERA ÉTICA

El último texto de Fronteres, Geografia, es un mapa moral sobre el fenómeno de la corrupción, según explica su director Xavier Martínez, con tres dimensiones: la primera, la sociopolítica, presenta dos personajes que se dedican a cruzar la frontera (que además de un límite físico es un límite moral) para evadir dinero. Según Martínez, con la segunda dimensión, la de la intimidad, el texto de Lluïsa Cunillé explora lo que significa ser corrupto a nivel personal: «el personaje del hombre- interpretado por Jordi Boixaderes-, es activo y se beneficia de las estructuras de poder para perpetrar actos corruptos«, mientras que el otro, el de la mujer a quien da vida Lina Lambert, «es pasivo, se ve inmersa en un estado de corrupción en ser la cómplice: se convierte en una víctima colateral». «El punto de vista psicológico, muy desarrollado en el texto -explica Martínez-, nos muestra lo que supone a su sentimiento de culpa pasar de una vida corriente a verse inmersa en un mecanismo oscuro«.

Por último, la dimensión cultural nos demuestra que las mitologías fundacionales de nuestra cultura clásica se han perdido ante las neoliberales, relata el director del montaje, «aunque no han dejado de tener un efecto real: el texto explora mitos griegos que nos explican lo que está pasando, dentro de esta crisis que hace que nos preguntamos si hay que cortar cabezas o aún es posible recuperar los valores a través de la educación». Dentro de este panorama, Martínez cree que el teatro puede ser un espacio que genere debate, «tal como el cine negro americano de los años 40 denunciaba casos de corrupción» .

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Texto: Neus Riba

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