Cataluña es una tierra de títeres. Y uno de los que ha contribuido más que sea así es Eugenio Navarro, uno de los titiriteros decanos de nuestra casa, con más de 40 años de profesión y que hace más de 15 años que abrió La Puntual, donde cada fin de semana ofrecen espectáculos de títeres de aquí y de todo el mundo.
Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1953, con seis años se mudó con su familia a Cardiff. Desde pequeño empezó a tener contacto con el teatro. Con el tiempo, Shakespeare o Brecht fueron algunos de sus maestros. En la Universidad estudió Arqueología e Hispánicas. En esa época pidió una beca para ir a Barcelona y estudiar en la universidad central. Sin embargo, desde allí decidió marcharse a Portugal justo cuando el país vivía la Revolución de los Claveles, en 1974. Allí contactó con dos catalanes, Toni Rumbau y Mariona Masgrau, que ya trabajaban con títeres y habían participado en algún espectáculo durante la Revolución. Fue la primera toma de contacto de Eugenio con este mundo y ya empezó a sentir la fascinación. Por eso, cuando, al llegar a Barcelona, sus dos amigos anunciaron que querían crear una compañía titiritera, se sumó de inmediato.
Eugenio: Nos habíamos lanzado a una aventura en la que no sabíamos qué podía pasar y tampoco teníamos formación. Considerábamos que el mundo del titiritero era un mundo muy libre, de mucha imaginación, de investigación. Era finales del 76, principios del 77. Produjemos el primer espectáculo y nos espabilamos para ir a representarlo donde podíamos. Lo estrenamos aquí alquilando el teatro del Centro Cultural Sant Josep (lo que hoy es el Antic Teatre). Fue muy bien, vimos que funcionaba. Después nos contrató el Centro Flamenco de Nou Barris y empezaron a salir los bolos. Para nuestra sorpresa, gustaba mucho lo que hacíamos.
Éste fue el origen de La Fanfarra. Pero ese nombre que suena tan catalán precisamente no lo es. ¿De dónde sale?
Al principio de todo ensayábamos en La Salle, y un día después de ensayar fuimos a pasear por la Barceloneta y empezamos a pensar nombres. La Fanfarra era un nombre en portugués, hacía referencia a un conjunto de poemas de Fernando Pessoa. No era Fanfàrria, sino Fanfarra. Algunos nos decían «los fanfarrones». No queríamos que fuera un nombre especialmente catalán ni castellano y elegimos ese nombre portugués.
¿Cómo se dividen las tareas en La Fanfarra?
Mariona construía todas las marionetas y Toni y yo hacíamos las escenografías. A la hora de hacer las representaciones, Mariona y yo manipulábamos a las marionetas. A base de ensayos, aprendí a manejar una marioneta. Pero hay que decir que las marionetas eran muy bonitas y que se movían muy bien.
El oficio del titiritero es muy vagabundo y vosotros sois un ejemplo claro.
Una de las razones para dedicarse a ese oficio era que podíamos viajar mucho. Teníamos la necesidad de viajar y aprender qué hacían los demás. Hemos viajado por todos los continentes. Nuestra escuela siempre ha sido a través de la observación de lo que hacían en todas partes. Íbamos a muchos festivales. En Madrid fuimos mucho y conocimos a mucha gente. Éramos diferentes porque no hacíamos teatro político, todo eran aventuras, fantasía y humor con Malic, nuestro primer personaje.
«A base de ensayos, aprendí a manejar una marioneta»
¿Fanfarra fue una compañía de títeres innovadora?
En un aspecto, sí. Teníamos una infraestructura muy aparatosa, y en un festival en Madrid se puso a llover y no pudimos montar toda la escenografía. Así pues, Mariona y yo nos vimos forzados a actuar a la vista. Y esto resultó ser muy rompedor. Y como vimos que funcionaba, lo seguimos haciendo porque nos facilitaba el hecho de no tener que montar tanto. En nuestros espectáculos siempre se ven a los manipuladores, de negro, muy discretos y actuante. Y, hoy en día, los manipuladores son ya parte del títere. Todo el brazo ya forma parte del títere.
Pero estos primeros años no solía actuar en salas, sino en la calle. ¿Fue duro?
No, aunque existía una ley que prohibía actuar en el espacio público. Pero nosotros nos instalamos en la plaza del Pi, hacíamos nuestros espectáculos y pasábamos el sombrero. Nos dedicábamos a hacer pase tras pase hasta que nos cansábamos. Eran aventuras cortas de Malic, de 5-7 minutos. A partir de ahí, surgieron los primeros contratos para ir por Cataluña y por el resto de España y empezamos a ampliar las historias.
El proyecto de La Fanfarra se consolidó cuando abrió el Teatre Malic. ¿Cómo se le ocurrió, abrir su propia sala?
Nos cansamos de estar siempre en la calle, alrededor y alrededor, y queríamos dar un paso adelante. Queríamos hacer otras cosas. El detonante fue un viaje a Londres, a un festival de títeres. Nos llevamos un par de historias de calle por hacer. Allá conocimos muchas compañías y muchas formas de hacer, muchos espectáculos. Gente de Estados Unidos, de la República Checa, de los Países Bajos, de Turquía… Incluso nos introdujimos en las sombras chinas con el gran maestro australiano Richard Bradshaw. Volvimos muy cargados y con ánimo de hacer cosas distintas. Y tuvimos la idea de poder tener una sala propia para realizar nuestros espectáculos. Había espectáculos nuestros que no encontrábamos circuito para representarlos, no eran animación, no eran de plaza mayor. Necesitaban ser representados en una sala. Así pues, en el año 84 abrimos el Teatre Malic delante del Mercat del Born. Ninguna compañía había abierto su sala, éramos pioneros.
¿Y cuál era la propuesta del Teatre Malic? ¿Una sala para hacer títeres exclusivamente?
No sólo hicimos títeres. Nos abrimos a todo tipo de propuestas escénicas. La idea era tener un sitio también para invitar a la gente que admirábamos y habíamos conocido. Colaboramos con el Festival Internacional de Títeres de Barcelona, que era bienal, o con el Institut del Teatre, donde dejábamos que estrenaran pequeños espectáculos, de vanguardia. Tuvimos danza, teatro, el festival de ópera… Fueron por allí Mercè Arànega, Albertí, Magda Puyo…, incluso La Fura dels Baus actuaron en el pequeño escenario del Malic; o el Pavlovsky. Al final lo que hacíamos menos era títeres.
Y mientras gestionaba Malic, seguía alrededor por el mundo. ¿Hay mucha tradición titiritera por el mundo?
En todo el mundo hay mucha tradición, es una tradición milenaria. Hemos rodeado mucho por Europa, América y, sobre todo, en Oriente, China, Indonesia y la India. Algunos de estos lugares tienen tradiciones mucho más antiguas que las nuestras. En algunos lugares los titiriteros son casi reverenciados, como si fueran curas, intermediarios entre dioses y humanos. Me gustaba esto, que era una tradición milenaria y que se remonta a los egipcios, incluso. En China existe mucha tradición desde hace siglos. Descubrimos que allí los espectáculos no eran para niños; los niños se sentaban detrás de todo. Enfrente estaba la gente de más edad y pobres de los niños si hablaban o gritaban. En todas partes es diferente: hay lugares en los que tienen más apoyo de las instituciones y otros donde están más abandonados.
«Ahora que se acaba la crisis de la Covid-19, el teatro se llena más que nunca»
¿En algún momento de tu carrera ha habido alguna crisis que te haya llevado a pensar que el sector no aguantaría?
Sobre todo con la eclosión de las nuevas tecnologías, pantallas, etc. Pensaba que lo nuestro no tenía futuro, pero la realidad es todo lo contrario. Ahora que se ha terminado la crisis de la Covid-19, nosotros que tenemos el teatro de La Puntual, se llena más que nunca. Existe la necesidad de ver un espectáculo en directo, por más videojuegos que haya.
¿Los proyectos que has salido adelante tanto en Malic como ahora en La Puntual son muy corales o sueles trabajar con un equipo reducido?
Una de las riquezas de la compañía era precisamente ésta, que nos rodeábamos de un gran equipo. Por allí han pasado Quico Gutiérrez de iluminador, Joan Casas, Rafael Duran, Jordi Prat y Coll como director, Magda Puyo, etc. Queríamos aportaciones teatrales a nuestros espectáculos de títeres. Y ahora, en La Puntual, aún por montar los espectáculos igualmente quizás somos 11 o 12 personas.
¿Cómo se crea un proyecto de títeres?
Hay una liberta de proyectos llena de ideas, ideas de hace muchos años, ideas de las que te olvidas y que quizás recuperemos. Así pues, tomamos una de estas ideas o una nueva y después toca decidir la técnica. Yo nunca repito la técnica; cuando hago espectáculos de sombras, me invento la forma de mover a los personajes. Siempre partimos de cero. Yo decido si son títeres de hilo, de varilla o de guante. Todo lo hago con mi hijo, Nèstor, que actualmente es el director de La Puntual. También tenemos un ilustrador que nos dibuja a los personajes y una chica que modela. Yo ahora sólo me dedico a la construcción de los personajes. La dramaturgia es colectiva; tardamos unos diez meses en crear un proyecto nuevo.
«Es muy importante que los padres también se involucren en la historia, en lo que ven y oyen»
¿Ha evolucionado mucho el sector a lo largo de estos 40 años?
Ha habido una evolución en el mundo de los títeres. Ya hubo una evolución cuando empezamos nosotros, porque antes, durante el franquismo, todo era muy cursi. Pero después sí ha evolucionado mucho más. Ahora ha cambiado mucho con las tecnologías y también han evolucionado la sensibilidad y la originalidad de los creadores. Hay compañías muy interesantes, como Cero en Conducta, Patio… Están surgiendo compañías nuevas, y esto es muy bueno. Afortunadamente, en Cataluña tenemos una buena tradición arraigada, es nuestro gran tesoro. Ahora vienen los abuelos que habían visto títeres en el Turó Park cuando eran pequeños, son tradiciones que aún perduran. Los padres llevan a sus niños, y por eso intentamos hacer espectáculos que no sean sólo para los niños. Es muy importante que los padres también se involucren en la historia, en lo que ven y oyen. Y oír a los padres reír a la vez es muy gratificante.
¿Cuál es la clave para ser un buen titiritero?
Yo quería dedicarme a esto pensando que sería lo más cercano a no trabajar, a no dar golpe. Pero no. El único secreto para ser un buen titiritero es trabajar y trabajar. Si quieres dedicarte a esto debes trabajar, para saber mover bien los títeres, para que los espectáculos sean convincentes. Como en todas las artes: los actores deben prepararse, los pintores también, los escultores… Cuanto más haces, más aprendes y mejor lo haces. Un poco de talento y algo de desvergüenza también van muy bien. Y es necesario tener una mente abierta y sensibilidad. En el fondo, los espectáculos que no están trabajados no funcionan. Es importante, por otra parte, ser arriesgado y original: siempre tratamos de ser imaginativos, abrir puertas, ser más visuales… Solo así consigues tener un buen público familiar. El reto es que todo el mundo entre por igual en nuestras historias, que les despierten la curiosidad, por el teatro en sí y, sobre todo, por el teatro de títeres y marionetas.
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