Ramon Madaula, más allá de ser un actor consagrado, ha dedicado la última década a construirse una sólida carrera como dramaturgo. Tiene habilidad para las comedias dramáticas, con la familia y el poder como principales núcleos temáticos —L’electe, Adossats, Perduts, Els Brugarol—, y también ha fabulando sobre episodios históricos en obras como Buffalo Bill a Barcelona, Conqueridors o Els Buonaparte. Hace poco nos emocionó con Loop, que vuelve esta temporada al Texas, i que explora el conflicto intergeneracional a través de los miedos, reproches y expectativas cruzadas de un padre y una hija.
Ahora presenta Els bons, una comedia que parte de la tradición de Els Pastorets, cantera de actores y vocaciones, para reflexionar con humor e ironía sobre la naturaleza humana. Aunque no constituye un homenaje explícito al teatro amateur, la obra —dirigida por Paco Mir— refleja la potencia y excepcionalidad de este fenómeno, que tanto Madaula como su compañero de reparto, el también sabadellense Jordi Boixaderas, vivieron como espectadores y que —por decirlo con un título de Rodolf Sirera— les inoculó el veneno del teatro.
Una comedia donde la bondad se pone a prueba
La acción se sitúa en el Cercle Artístic de un pueblo, donde dos amigos de toda la vida —ahora bastante distanciados, por motivos que el espectador irá descubriendo— interpretan, año tras año, dos personajes antagónicos. Este año, sin embargo, Narcís (Madaula), que siempre hace de Satanás, no podrá actuar en Els Pastorets: acaba de perder un recurso judicial y debe entrar en prisión. Así, Esteve (Boixaderas), acostumbrado a interpretar al Arcángel Miguel, tendrá que ponerse en la piel del demonio. Sin pretender ser una fábula moral, Els bons plantea hasta qué punto una persona (auto)conceptuada como buena puede perder los estribos y “hacer disparates” cuando se siente acorralada. “No hay buenos ni malos”, afirma Madaula. Todos tenemos nuestro infierno, todos podemos sembrar tiniebla.
Ambientar el conflicto en un escenario teatral permite “canalizar los odios y rencores” a través de la representación. Ahora bien, la máscara —tanto la de la maldad como la de la bondad— puede acabar devorando a quien la lleva. La tensión creciente delata un juego de estrategia lleno de motivaciones ocultas y que saca lo peor de cada uno.
El dramaturgo, que se siente muy cómodo en el terreno de la comedia dramática y no reniega del entretenimiento, se caracteriza por hacer un uso inteligente e intensivo de la ironía, que permite “hacer reír y pellizcar al mismo tiempo”, así como señalar comportamientos muy reconocibles. Aquí ha querido retratar a dos hombres “un poco desfasados” y con “tics carcas”, que poco a poco van mostrando sus demonios y miserias morales más recónditas. Con su estilo habitual —ingenioso, ágil, incisivo—, Ramon Madaula nos pone delante de un espejo no necesariamente complaciente.
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