ESCENA HÍBRIDA

El hilo de Ariadna del sonido

El ruido gobierna el mundo. ¿Qué sentido tienen la mayor parte de los sonidos amplificados, la banda sonora con la que cubrimos el horror vacuo del silencio? El Conde de Torrefiel nos sumerge en las aguas calladas de un lago de cine: un lugar hecho de teatro de sonidos, música callada.

Albert Einstein dijo lo de si quieres obtener resultados diferentes, no hagas lo mismo. Cambia la pregunta, la mirada, los procedimientos. El teatro híbrido de la compañía El Conde de Torrefiel ya es cambio en esencia, metamorfosis en movimiento. Alterna y mezcla texto, coreografía, espacio sonoro, interpretaciones teatrales e instalaciones. Sin embargo, La luz de un lago es una potente reformulación, el cambio del cambio con salto adelante, para una compañía que ha hecho de la inquietud, del temblor inquisitivo, la mejor manera de cuestionar las seguridades inquisidoras e inquisitoriales de la realidad más fake.

Tanya Beyeler y Pablo Gisbert son El Conde de Torrefiel

Para empezar, el título. La compañía siempre les ha elegido concretos. El teatro lo es. Reclama bajar las ideas del limbo, hacer escenas, palabras, movimientos, acciones, objetos. Aquí La luz de un lago parece todo lo contrario. Sugerente, eso sí. Y puesto que la obra va del sonido, suena a logo y también a logos, conceptos antitéticos que no son inocentes respecto a la compañía. El Conde de Torrefiel siempre ha desperdiciado las historietas de la realidad social, el mensajero vacuo, para adoptar el pensamiento encarnado en la forma primordial del mito. El teatro es ritual, tiempo en acto, y La luz de un lago nos sumerge en las aguas oscuras de la mente por el cebo del sonido, a ver qué encuentra. Adopta un punto de juego onírico a medio camino de Alicia de Lewis Carroll y del sombrero de copa en forma de gran pantalla gobernada por el conejo blanco de David Lynch.

¿La principal diferencia de esta pieza? Convertir el sonido en partitura, en columna rectora dramatúrgica. Esto les ha obligado a trabajar al revés. A empezar por la escenografía, concebida con materiales básicos, muy texturados, que primero nos instalan en un cine. A continuar con la partitura de sonidos, por cómo debe interactuar con la memoria del espectador y construir lo que en otra obra llamaban La imagen interior. A partir de ahí, entra el texto, que delimita el sentido de que aquellos elementos acumulan de forma más magmática. Y, finalmente, los intérpretes, más cuerpos o presencias que personajes. Al final, lo que iba a ser un monólogo se les ha convertido en otra cosa. Los sonidos como hilo de Ariadna.

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Escrito por

Es profesor de Periodismo cultural en la facultad Blanquerna de Comunicación y Relaciones Internacionales de la Universidad Ramon Llull desde 1999 y crítico de danza en La Vanguardia. Crítico teatral y de danza en el diario Avui entre 1995 y 2002 y de teatro en la Región7 (1991-1997), ha escrito diferentes revistas especializadas en artes escénicas y hecho de profesor en el Institut del Teatre.

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