Quizá el mayor sueño de todo artista sea crear una obra que permita reconciliar las artes sin jerarquías. Y tal vez esta empresa no sea posible sin tener en cuenta todas las obras y productos culturales anteriores, todo lo que ha ayudado a configurar el artista en tanto que artista. Oriol Broggi, director de la compañía La Perla 29, parece que parte de estas dos premisas para la creación de 28 i mig, una obra de teatro que es a la vez una pieza audiovisual y cinematográfica, un concierto, una explosión de colores y formas , fragmentos de novela recitados en voz alta y un largo número de circo. Porque no podría ser de otra forma si el objetivo principal de 28 i mig era, ya no sólo homenajear a Federico Fellini, sino también utilizar su película Otto e mezzo (1963) para hacer una versión propia, con la singularidad y la huella distintivas de las creaciones de La Perla 29.
Así pues, el espectáculo de Broggi busca recorrer el entramado artístico que le liga con el director italiano y lo hace con todos los medios y desde todas las disciplinas: en primer lugar, toma la trama narrativa de Otto e mezzo, la falta de inspiración del protagonista —que se llama Federico de nombre de pila, como Fellini, sugiriendo, de hecho, que la nueva pieza es una especie de recreación del filme italiano. Segundo, inscribe su pieza en una estética y un imaginario del todo felliniano, recreando sus arquetípicos personajes circenses y las manías que los mueven. En tercer lugar, se rige por la pasión más visceral e íntima hacia el arte, lo que provoca la creación de una obra fragmentada, cambiante y polifónica más que un drama lineal y homogéneo, al igual que sucede en la vida misma. Finalmente, 28 i mig reanuda la pregunta que motivaba a Fellini en la concepción de su película y la pone en medio del escenario para que podamos recordarnos: ¿cuál es la relación entre la felicidad y la creación artística?
Visto así, a Broggi no le quedaba otra opción que buscar a los propios referentes, más allá del nombre de Fellini, que le han obligado a seguir creyendo en el vínculo indisociable entre el arte y la vida cuando pasaba por crisis personales y creativas que no le permitían realizar nuevas producciones teatrales. Y por eso mismo con 28 y medio devuelve a Dante, Shakespeare, Pirandello, Salvat-Papasseit, Chéjov, Estellés y Mouawad, entre tantos otros, e invoca fragmentos de sus textos más emblemáticos para hacerlos renacer momentáneamente. Y así, convencerse de nuevo, a sí mismo —y, de paso, también al público— de que hay que celebrar las palabras, las imágenes y las canciones que nos recuerdan que el arte es siempre una mentira, pero que es precisamente gracias a él que encontramos sentido en nuestros días, en nuestras historias personales y colectivas y en todo lo que tiene que venir y vendrá.
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