Por Jordi Vilaró Berdusan / @jordivilaro70
Puesto que el autor pone en escena las antiguas máscaras, / me envía nuevamente ante vosotros, / pero no para deciros como antes / “¡las lágrimas que derramamos son falsas! / De nuestros estremecimientos y martirios / ¡no os alarméis!” ¡No! / El autor, en vez de esto, ha querido pintaros / un trozo de vida. / El artista es un hombre/ y tiene que escribir para los hombres. / Y se ha inspirado en la verdad.
Estas palabras, extraídas del prólogo del inicio de Pagliacci, son toda una declaración de intenciones de lo que esta ópera (y también Cavalleria rusticana) ofrece al espectador: uno squarcio di vita (un trozo de vida). Llega el momento de representar il vero (la verdad) en escena, por lo tanto se acaban ya las historias mitológicas, las cortes reales con sus monarcas y aristócratas, los burgueses y sus cortesanas en sus palacios o casales. Ni tampoco se extraerá ningún personaje de origen humilde que contraste con su amo poderoso (Papageno, Leporello, Fígaro, Rigoletto o incluso Falstaff): ¡ahora se nos presenta un conjunto de personajes que directamente viven inmergidos en la pobreza, pero que demostrarán que sienten, aman y sufren (¡sobre todo sufren!) como lo hacen los reyes, los condes o los ricos patricios de las ciudades (If you prick us with a pin, don’t we bleed?, parece que exclamen todos ellos, como hacía Shylock en The Merchant of Venice). Unos personajes que, a pesar de la modestia de sus orígenes, poseen una dignidad y unos códigos de honor tan estrictos como los de cualquier conde o duque otros tiempos.
Cavalleria Rusticana (1890), de Pietro Mascagni, se basa en un cuento del escritor siciliano Giovanni Verga, un relato influenciado por el naturalismo de Emile Zola, en que el determinismo -extracto social humilde, herencia biológica- marca el destino de unos personajes dominados por las bajas pasiones. El argumento de la ópera es simple: Turiddu renuncia a casarse con su prometida, Santuzza, puesto que está enamorado de otra mujer: Lola. Santuzza, despitada porque aprecio Turiddu, revela este idilio al marido de Lola, Alfio. Al final, ambos hombres acaban batiéndose por honor en un duelo y Turiddu acaba muriendo. La intensidad de unas emociones a flor de piel y la defensa de la palabra dada rigen la caballerosidad rusticana que da el título de la ópera y que inaugura este estilo operístico llamado verismo.
Si Cavalleria rusticana exhibe un conflicto pasional en la Sicilia rural del siglo XIX, Pagliacci (1892), de Ruggero Leoncavallo, a través de un maravilloso juego de teatro dentro del teatro de raíz pirandelliana, nos muestra una historia de amor que también acaba con sangre, pero esta vez permutando el campesinado siciliano por una compañía de teatro ambulante que actúa en un pueblo de Calabria. Nedda, la mujer de Canio (director de la compañía teatral), se enamora de un joven del pueblo, Sílvio, el cual le propone huir juntos aquel anochecer cuando ella acabe de representar la obra (y ella acepta). Tonio, un actor de la compañía que está enamorado de Nedda pero a quién ella rechaza, informa a Canio por despecho de la infidelidad de su esposa. Cuando en plena representación del espectáculo teatral, Canio obtiene la prueba de que Nedda, en efecto, lo engaña, pierde el control y lo acaba asesinando en escena, como si la acción formara parte de la obra representada. A continuación, Canio también mata a Tonio, el amante de Nedda, y ante el público da por finalizado “el espectáculo” (la commedia è finita!), tanto el ficticio como el real. El progresivo desgarro anímico de Canio al saber de la infidelidad de Nedda (que estalla dramáticamente en la célebre aria, Vesti la giubba) refleja el espíritu del verismo: mostrar la fiereza de unas pasiones viscerales extraídas de la realidad y presentadas ante el público a través de una música hecha a medida: intensa, dolorosa a veces, pero sobrecogedora siempre; con coros, preciosas melodías (¡qué bellos que son los intermezzi de ambas óperas!), una orquestación potente, canto spianato en los momentos climáticos… Tensión, realidad y belleza, en definitiva, para presentarnos estos crudos squarci di vita y hacernos ver que, contrariamente a lo que Canio nos decía al inicio de la ópera, il teatro e la vita SI sueño la stessa cosa (“el teatro y la vida SÍ que son el mismo”).
El montaje de estas dos óperas que presenta el Liceu es una producción del ROH Covent Garden de Londres, con una puesta en escena de Damiano Micheletto (un habitual en los últimos tiempos del Liceu: Così fan tutte, Lucia di Lammermoor, Luisa Miller), el cual recibió en 2016 el premio Laurence Olivier al mejor espectáculo operístico del año. La dirección musical irá a cargo del maestro húngaro Henrik Nánási, a quien también ya pudimos ver dirigir la orquesta del Liceu hace unos años en aquella espectacular Flauta mágica de la Komische Oper de Berlín.
Desde un punto de vista vocal, el gran atractivo de este montaje es poder ver en escena al mítico Roberto Alagna interpretando los roles de Turiddu y de Canio. Alagna es uno de los mejores tenores líricos de la historia y con las dos óperas de Mascagni y Leoncavallo sube un escalón la exigencia vocal de su repertorio habitual, si bien ya haya representado estos dos roles varias veces. A su lado habrá la espectacular soprano dramática Elena Pankratova en el rol de Santuzza, mientras que Nedda será interpretada por la soprano polaca Aleksandra Kurzak (actual mujer de Roberto Alagna, por cierto). Gabriele Viviani y el siempre solvente Àngel Òdena serán los barítonos que interpretarán los papeles de Alfio y Tonio.