Carmelo Gómez ha llegado a la entrevista en bicicleta asegurando que es un placer hacer los 10 km que separan su casa del centro de Madrid. Se sirve un café y saborea con gusto el primer sorbo. Dice que se siente bien. Parece estar en un buen momento y quiere transmitirlo.
El Teatro Goya comienza la nueva temporada teatral con Las guerras de nuestros antepasados, una adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes dirigida por el argentino Claudio Tolcachir. La obra, que estará en cartel hasta el 15 de octubre, cuenta la historia de un preso, Pacífico, y se centra en las conversaciones que este mantuvo con su psiquiatra mientras repasaba su infancia y las historias de las guerras que le contaban su padre, su abuelo y su bisabuelo. Relatos y vivencias que forjaron su destino.
Teatro Barcelona: El tándem Carmelo Gómez-Delibes toma el relevo al tándem José Sacristán-Delibes en el Teatro Goya. ¿La sombra de Delibes es alargada?
Carmelo Gómez: ¡Vaya comparación! Creo que Sacristán era amigo personal o conocido de Delibes. Era en esa época, tal vez, más contemporáneo al texto. Nosotros hemos tenido que darle una vuelta al texto para que todo lo que era de otra época siga siendo hoy vigente y potente. Para que podamos sentir que no ha pasado tanto tiempo.
Que una obra que se publicó en 1975, coincidiendo con el fin de la posguerra y la dictadura, siga hoy plenamente vigente, dice mucho de nosotros mismos…
Somos lo que somos, está claro. Todos los filósofos de todos los tiempos han coincidido en que somos muy contradictorios. Tenemos la guerra en nuestra génesis porque somos cien por cien competitivos. Lo tenemos desde que las primeras personas luchaban por los terrenos de caza. También lo tienen los animales, pero nosotros tenemos capacidad de razonar y tenemos niveles éticos que tienen que ver con la convivencia, con la sociabilidad. Somos seres racionales. Sin embargo, deberíamos poner la racionalidad al servicio del orden, pero no parece ser así.
Eso es lo que realmente hoy para mí es un debate importante. ¿Para qué nos ha servido ir a colegios buenos si al final los jóvenes se matan en la calle por cuatro tonterías, si el sexo es ahora más bestial y brutal que nunca, si las mujeres son hoy extremadamente cosificadas? ¿Qué pasa aquí? Todo esto son herencias.
«Todos los filósofos de todos los tiempos han coincidido en que los humanos somos muy contradictorios»
Precisamente en la obra Las guerras de nuestros antepasados se habla de esas herencias. ¿Cómo se hereda la violencia de generación en generación?
Es muy sencillo. En los comentarios en casa, donde una persona puede hablar sin pudor de muchas cosas que son pura emoción… Los niños lo absorben todo, lo digo por experiencia, y aprenden de cada gesto del padre y de la madre.
Todas las opiniones y actitudes calan, al igual que también calan las costumbres, los medios de comunicación o esos chistes, que hasta hace poco causaban gracia, sobre negros y mujeres. Hoy ya no están tan bien vistos, afortunadamente es un paso importante que hemos dado. Eso es lo que queremos contar en esta historia.
Y cuando se ha vivido normalizando la violencia, ¿hay una fórmula para contenerla o erradicarla sin ser estigmatizado?
Delibes aquí es brillante. El autor dota al protagonista, Pacífico Pérez, de una sensibilidad excepcional, casi enfermiza (aunque lo que es enfermizo en él es precisamente la falta de esa sensibilidad). En este entorno de falta de sensibilidad, empatía y amor por las pequeñas cosas, el personaje se siente marginado: si los demás son derechos, él es zurdo. Delibes nos enfrenta a este personaje para que reflexionemos sobre la importancia del estigma grupal. Él no es como los demás, se siente excluido y se va cerrando cada vez más para no enfrentarse a lo que no puede vencer. Al final acaba recluido y muerto de pánico a todo lo que viene de fuera.
El público sabe, pocos minutos después de comenzar la obra, que Pacífico Pérez está condenado a 20 años de reclusión por asesinato. ¿Esta presentación paradójica del personaje es ya una declaración de intenciones? ¿Es una advertencia?
Delibes quiere que sea un thriller. Aquí entra en juego la figura del abogado defensor, un psiquiatra que quiere salvarlo porque no cree que este hombre haya podido hacerlo. Hay una lucha entre la verdad y la mentira. Pacífico es un personaje lleno de contradicciones. El entorno social le dice que, por su comportamiento natural y su falta de sensibilidad, no le queda nada por vivir. Entonces construye una coraza para defenderse, en lugar de aprovechar para construirse a sí mismo. Esto también lo sabe el público en la quinta página de la función.
Pacífico es un hombre con muchas aristas. ¿Se debe salvar o no? Delibes sabía que los espectadores entrarían en este juego, y por eso lo pone en la cárcel. Siempre queda la duda.
«Fui un chico que estaba en contra de todo y viví mis primeros años de vida en un pueblo sin ser comprendido por nadie»
Como hijo y receptor de herencias que has recibido a través de la educación, ¿qué has aprendido de tus abuelos y de tu padre para dibujar este personaje?
Uf… La propuesta me llegó en un momento muy importante. Mi padre está con una demencia senil brutal. No sabe nada y tiene una serie de comportamientos que son eco de lo que siempre ha sido. Yo fui un chico que estaba en contra de todo y viví mis primeros años de vida en un pueblo sin ser comprendido por nadie, ni siquiera por mi padre y mi madre. Tuve la suerte de escaparme y dedicarme a esta profesión. Metafóricamente, saqué a mi padre de mí. Pero hoy en día puede aparecer un líder de VOX y revivir ciertas conciencias… Me siento muy identificado con esta historia.
Te sacaron la infancia…
La infancia la viví toda. Pero veo a Pacífico pasándolo mal cuando matan el cerdo y, al mismo tiempo, me veo a mí mismo corriendo con mi padre detrás llamándome maricón. Estas cosas las he vivido, y no soy el único. Es interesante reflexionar sobre el mal que pueden provocar estas situaciones. Podemos estar pensando que estamos educando firmemente a nuestros hijos y no ser conscientes del daño que les podemos hacer… Podemos convertirlos en führers, en bestias que no se detienen ante nada y que son capaces de declarar una guerra mundial por un poco de petróleo en Ucrania.
Las guerras de nuestros antepasados aborda el tema de los conflictos que pasaron por encima de diversas generaciones, pero también pone de manifiesto la relación de un hombre con su identidad y la imposibilidad de desarrollarse personalmente.
Sí, y todo es muy contradictorio porque a mí también me gustan mucho las costumbres, la herencia que viene de atrás, pero hay que filtrar. En general son sentencias. Luego vienen los detalles y en los detalles está la vida. Pero hay que tener cuidado de convertirlos en leyes.
Has recomendado la obra a los jóvenes porque destaca la importancia de dejar que cada uno sea como es. ¿Se debería recomendar también a algunos políticos?
Recomendaría a todos los políticos que vayan al teatro, al que sea, y que se miren menos a sí mismos. Siento cierta repulsión hacia los discursos políticos actuales porque provocan el enfrentamiento de las masas y llevan a individuos dementes al poder. Estas personas pueden causar un daño irreparable y no son conscientes de que lo que hacen también afectará a sus hijos, aunque se crean a salvo viviendo en Nueva York.
«Creo que los actores estamos deshabitados de paz»
¿Qué puede aportar el teatro para reducir este nivel de violencia al que asistimos diariamente en muchos otros ámbitos de la vida?
La aportación del teatro siempre es la poesía. La poesía de un texto que plantea al hombre ante sus contradicciones. Desde la caverna hasta los tiempos modernos siempre hemos sido iguales, enfrentándonos a lo que es incomprensible. Nos hemos enfrentado a la muerte, pero sobre todo a la guerra, a la destrucción, a los cinco jinetes.
Creo que los actores, en la actualidad, nos estamos contaminando de este entorno violento. Siento que siempre hay en los personajes gestos de ira, de manos crispadas, de puños cerrados. Creo que estamos deshabitados de paz. Creo que los actores, independientemente de lo que interpretemos y de lo que ocurra en la obra, debemos abrazar la idea de la paz como un objetivo universal.
Todos debemos ser conscientes de que el teatro es más que un mercado, esto es una vocación. El teatro es necesario para la sociedad porque pone sobre la mesa «lo que realmente es malo y lo que es bueno», como dice la abuela Benetilde en la obra.
Curioso el papel de las mujeres en esta obra.
Son fundamentales las mujeres aunque no estén en escena. Son los hombres los que hacen la guerra y son ellos los políticos o quienes conducen… pero la sociedad se construye sobre las mujeres. Son las que toman las riendas. En la obra creo que tratamos muy bien este tema: la madre siempre está muy presente y con su muerte se desvanece la familia. Para mí eso es clave. En los pueblos suele pasar mucho eso de «esto fue antes de morir mi madre». La madre es la que dice «se acabaron esos chistes», y ya no se hacen más chistes de mujeres.
¿Cómo ha sido trabajar con la figura del director argentino Claudio Tolcachir? ¿Argentiniza el trabajo de los actores o los actores españolan el método Tolcachir?
La guerra para todos es la misma y en Argentina, desafortunadamente, saben muy bien lo que es la guerra y la represión. Lo que pasa es que esta es una historia muy española, muy nuestra. Es una historia que se construye sobre la base de una serie de valores que tenemos desde hace mucho tiempo, algunos en debate y otros más aceptados, y también sobre un lenguaje que se está muriendo, sobre una tradición oral que los argentinos, sin embargo, tienen muy viva. Entonces, tuvimos que hacerle entender eso. A medida que le íbamos explicando, le iba viniendo la inspiración. A mí me preguntaba mucho sobre mi infancia, sobre mi pueblo… y yo le contaba anécdotas. Él fue viendo que el texto estaba escrito con mucha mala leche y que había que sacarle la profundidad que se merece.
El abuelo de Pacífico dice que «cada uno tiene su guerra». ¿Qué guerra tiene Carmelo Gómez?
Cualquier guerra que empiece, se pierde. Yo soy guerrero; sé que soy guerrero porque mi padre me lo metió en el cuerpo, y he perdido muchísimas oportunidades para serlo, entre ellas la de amar.
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