Intensidad interpretativa

Una història real

Una història real
29/10/2019

Detrás de cada acción hay una motivación, un sentimiento o una creencia que nos mueve a actuar de una manera u otra. A veces es la alegría, otras la tristeza o el dolor. En ocasiones actuamos en beneficio de los que hay a nuestro alrededor y, en otras, son estos precisamente quién pagan las consecuencias de cómo nos sentimos.

Una història real habla de un padre y su hijo que han enfrentado, como han podido, la muerte de su mujer y madre. Cada uno lo ha gestionado de la manera que le ha sido posible. Bien o malamente, son adjetivos fáciles de adjudicar cuando se está fuera de la historia. Aquí, la relación fraternal se ha convertido, con el tiempo, en distancia y soportarse cuando comparten tiempo y espacio. El hijo con un rencor y dolor que dirige a su padre y a sobresalir en los estudios. El padre es escritor e intenta, como puede, superar el dolor a través de las palabras que escribe y, también, predica. A su alrededor una profesional de asuntos sociales y la editora del escritor.

Con una escenografía interesante, que se va transformando en diferentes espacios a medida que el texto y las escenas lo necesitan, se crea el ambiente propicio para que se desarrolle este drama con un ritmo adecuado a la historia. El uso de las luces y la parte sonora/musical ayudan a crear la atmosfera necesaria para afrontar cada situación que se plantea en el escenario.

El texto es potente y te engancha desde el principio, intentando descubrir que habrá pasado para que se haya dado la situación que se aborda. Poco a poco, se van escudriñando los hechos y las situaciones que han llevado a padre e hijo a estar contra las cuerdas, a que hayan de afrontar sus problemas. La tensión y las emociones se van intensificando con el paso de los minutos, dejando pasmado al público y con ganas de saber cómo acabará todo. Eso sí, hay un pequeño descuido en esta narración y es que algunos de los temas que se abordan como accesorios a la trama inicial –como es la visión del chico rico hacia la pobreza y la sociedad con menos recursos – que ya que se pone sobre la mesa se podría haber explotado e indagado un poco más. Se podría haber desarrollado una reflexión a su alrededor o no dejarlo tan colgado como queda al final.

Y he dejado para el final las interpretaciones porqué es realmente la guinda del pastel, el principal motivo por el cual volvería a ver esta obra. De Julio Manrique siempre esperamos su intensidad y aquí lo encontramos actuando comedido, con una emoción y preocupación que va creciendo con el texto de una manera natural y acompasada paralelamente a la historia y a sus protagonistas. Laura Conejero es simplemente brillante, es igual qué papel haga, siempre supera las expectativas, diluyéndose con su personaje. El personaje de Mireia Aixalà le va a su medida, en sus gestos y movimientos.

La auténtica sorpresa es Nil Cardoner, como consigue hacerse con su personaje, como emana verdad con cada una de las palabras que dice, como se mimetiza y escupe dolor y rabia con cada reflexión económica, con cada dardo dirigido a su padre y a su forma de afrontar la vida. En un momento de la obra se presenta un duelo interpretativo Manrique-Cardoner y es difícil determinar quién consigue llevarse al público, aunque la balanza se inclina poco a poco hacia el segundo. Con aquella mirada que aguanta tanta emoción y que, al mismo tiempo, se enfrenta a la impotencia de su padre por no saber arreglar su relación. Unos minutos de enfrentamiento que lo determinarán todo y que ayudan al espectador a enamorarse, un poco más, del Cardoner teatral, al cual estamos – aún- poco acostumbrados a ver.

Rabia, dolor, tristeza, duelo y justicia se mezclan en esta obra que tiene como máximo reclamo a su reparto, que consigue, por un momento, que desconectemos de la vida y nos adentramos en una historia muy real, pero de papel.

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