Cuando al talento se le da alas, levantar el vuelo es una tarea sencilla. Una historia real levanta el vuelo con facilidad ante la mirada de un público entregado desde antes de empezar, gracias al talento de los actores y actrices que forman un gran reparto y en las alas que Pau Miró, autor y director, les otorga con un texto brillante, lleno de matices, ágil y real como la historia que cuenta. La dirección no es compleja, y tampoco aporta un sello distintivo. Quizás es el único punto que no avanza. Cuatro personajes casi permanentemente en escena, contemplándola cuando no intervienen para remarcar que su presencia, como referente en cada diálogo, se mantiene viva. Un espacio frío y, como tantas veces le decía el hijo a su padre, más parecido a una pista de baloncesto que no a un auténtico hogar. Un plato, copas y botellas de plástico pretenden situarnos en un despacho (despachos) -comedor que no ayuda. Si el sillón que la difunta madre compró es, este sí, un elemento que entra en escena con fuerza, que juega un papel, la tienda, los dossiers o el globo terráqueo te distraen.
Pero si la escenografía no aporta, y la dirección no se nota, ¿qué hace que el saldo final sea tan positivo? Sin lugar a dudas, la dramatización. A Mireia Aixalà, el papel le sienta a la perfección, aunque la dureza y la acidez finales no casan con la cordialidad casi naíf del inicio. Nil Cardoner, excelente. La mirada habla más que sus obstinadas, punzantes pero sesgadas argumentaciones. De Julio Manrique … ¿qué más se puede decir? Adopta el rol como si fuera su verdadera historia real, lo conduce con habilidad y guarda en sus silencios aquella capacidad hipnótica de transmitir sin decir. Sus pausas, y como retoma el texto después de ellas, es mágico. Pero, para mi gusto, es Laura Conejero quien más lo borda. Su voz, el movimiento lento pero preciso de su cuerpo, la falta de estridencia, de impostación, la gestión del texto, de las réplicas … espectacular, sencillamente. Los cuatro borran carencias que en una segunda revisión surgen, una vez haces evidente la positiva primera impresión. Todo ello, no aparece hasta el día siguiente, cuando la euforia por la interpretación deja paso a la reflexión más analítica. Y es en este contexto de análisis que se sobrevienen como un puñetazo cinco segundos que quisiera borrar. ¿No habría una forma mejor de encarar padre e hijo cuando ambos se desarman, se desprotegen y, por fin, se acercan? ¿Había que hacerlo así? Es un instante que te echa de una escena que te mantenía atrapado. Menos mal que enseguida te rehaces.
Y finalmente, en cuanto a la historia, destaca el juego de individualidades, la moral de quien no ve más allá de su nariz, de quien disfraza sus intenciones con argumentos genéricos, globales, casi filosóficos. La moral que quien excusa su fanatismo acusando la historia que la ha llevado a esgrimirse el. La moral de quien quiere un mundo diferente, un mundo mejor, sin hacer absolutamente nada más, por si acaso acaba perdiendo a él, cuando resulta que lo tiene todo. Un debate interesante en el que la autocrítica, y más en los tiempos que nos toca vivir, debería ser la protagonista. Quizás así, finalmente, todos asumiríamos el compromiso que nos corresponde para descubrir que es entre todos que hemos llegado hasta aquí, que hemos desenterrado una ultraderecha rapaz, que huele nuestras debilidades, nuestras dudas. Ya lo dicen: las bestias huelen el miedo, y se aprovechan de ello para atacar.