Josep Maria Mestres recupera lo que en 2005 empezó con Un matrimonio de Boston, todo un éxito del Lliure. Sin embargo, casi dos décadas después las sillas se mueven, como si se tratara de una natural transferencia generacional, y el espíritu de Anna Lizaran es adoptado por su antigua pareja de baile, Emma Vilarasau, en una especie de declaración sobre cuál es el lugar que ocupa cada uno en el escaparate teatral, en el star system de nuestro país. El honor de acompañarla lo tiene, en esta ocasión Marta Marco, que no apunta a mantener la profecía, a pesar de su talento.
El título ya lo dice todo. Se trata de un eufemismo propio de la época victoriana, y se refiere a una relación doméstica no tradicional entre dos mujeres de clase media o alta. Esta situación era muy frecuente en Nueva Inglaterra, donde un mayor número de mujeres, a menudo con estudios, conseguían suficiente seguridad financiera para decidir no contraer a un matrimonio hererosexual convencional. Boston estaba llena de este tipo de matrimonios. El origen está muy arraigado en el sufragio femenino, a pesar de que el propio movimiento sufragista marginaba estas relaciones por perturbadoras, porque desafiaban las normas de género y sexuales de la época.
El texto de David Mamet combina de forma irreverente personajes de época con un texto que pretende mostrarse afilado, descarado, audaz y directo a pesar de las filigranas de la lengua, libertino pese al cuidado de las formas. Las actrices le dominan con agilidad, y los diálogos muestran ritmo y control de la alternancia. Sin embargo, la lucha se establece entre la comicidad y el rigor. Se trata de una comedia, una especie de vodevil, pero el disfraz clásico que le aporta el texto a veces lo cubre, y sólo un estirabo de vez en cuando, una vulgaridad entre tanta corrección aparente, rompe la dinámica y despierta la audiencia , recordando su verdadera esencia, crítica, incluso sarcástica, no en la expresión de la palabra sino en el mensaje que transmite. En esta esquizofrenia textual, parte de la gracia del autor, Vilarasau se encuentra como pez en el agua, mantiene el tono y no se decanta. Es destacable la actuación de Emma Arquillué. Con el peso contrastado de sus compañeras de reparto, su figura aporta la frescura sin filtros, aparentemente inocente, del personaje. Ella y Marta Marco tienen un gesto cómico, una expresión y una cadencia que hacen descarado lo que el autor probablemente pretendía sutil, y se mueven en un registro ligeramente diferente, abonándose (con naturalidad, eso sí) a la gracia.
Una crítica elegante y desgarradora a las normas sociales ya las convenciones a través de un texto mítico, que alaba el amor, aunque sea por subsistir.