Hace casi veinte años la primera versión en catalán de Un matrimoni de Boston supuso una auténtica revelación. El texto afilado y punzante de David Mamet –un autor muy en boga a finales de los noventa-, así como la nueva reunión de Lizarán y Vilarasau fueron puntos muy importantes y decisivos como para mitificar un montaje del que todavía se habla. Ahora vuelven los mismos personajes, con las mismas mentiras, las mismas trampas y las mismas manipulaciones. Mamet en estado puro, aunque sea disfrazado de época.
Quizás lo que más sorprende la primera vez que te enfrentas a esta obra es que es muy divertida. El hecho de trasladar una pareja de lesbianas al Boston de finales del XIX y meterlas en medio de un argumento típico de Òscar Wilde ya es toda una gran idea, sobre todo por las afiladas réplicas que se tiran una a la otra o por las intervenciones anticlimáticas de la sirvienta. Todo llevado hasta el extremo –a veces, un poco demasiado y todo- y con un doble final tan coherente como divertido. Josep Maria Mestres sabe llevar muy bien el ritmo, con unos diálogos rapidísimos y unos cambios de actitud de los personajes que se dan en cuestión de segundos. Una auténtica filigrana.
Está claro que esta es una versión diferente a la del 2005. Repiten dos de las tres actrices (Vilarasau y Marco), pero cambian sus roles y se ven obligadas a entrar en un juego completamente diferente. Un juego en el que también juega Emma Arquillué, incorporándose al proyecto con el agradecido papel de la criada. Pero para mi gusto, la reina de la función vuelve a ser, una vez más, Emma Vilarasau. La actriz vive un momento artístico muy dulce y está totalmente entregada a un personaje que conoce bien y que borda con mil y un detalles.