Yasmina Reza es una autora que conecta rápidamente con el público. Su teatro utiliza el humor (la mayoría de sus obras son comedias) pero siempre para ponerlo al servicio de una causa mayor, como si quisiera hablarnos de temas más trascendentes de lo que pueden parecer a primera vista. En Arte puso a tres hombres ante un cuadro completamente blanco como metáfora de la banalidad, la mentira o el engaño. Aquí, en cambio, cita a dos matrimonios para hablar “civilizadamente” sobre la pelea que han tenido sus dos hijos mientras jugaban en un parque. Pronto veremos como la educación y las buenas palabras pueden desaparecer rápidamente cuando se tocan temas sensibles.
La obra empieza con unos diálogos breves, brillantes, que poco a poco nos van poniendo en situación. Creo que, en este caso, la presentación de los personajes y de los hechos es quizás una de las mejores partes de la pieza. En cambio, cuando todo empieza a naufragar y hace acto de presencia el lado más oscuro y salvaje de los personajes, me cuesta más conectar con ellos. De hecho, se exige a los actores que hagan una serie de saltos mortales que cuesta mucho de digerir y poner en contexto. Es cómo si de golpe todo hubiera enloquecido y estuviéramos en otra historia… Sé que es el juego al que quiere jugar Reza, y valoro el riesgo, pero siempre me ha parecido que la transición es brusca, poco justificada y quizás un poco gratuita, en favor de la carcajada general.
La dirección de Pere Arquillué es ajustada y elegante. Quizás al principio hay alguna escena que peca de cierto automatismo, pero pronto todo se encarrila y arranca como un cohete. El reparto hace el resto del milagro, puesto que pocas veces tenemos la suerte de ver a cuatro intérpretes de esta categoría juntos en un escenario. En este sentido, Laura Conejero, Laura Aubert, Ivan Benet y el mismo Arquillué dan lo mejor de sí mismos, que ya es decir mucho.