En 1896, con sólo 26 años, Alfred Jarry escribió y estrenó en París Ubu Roi, obra que, aunque sólo se representase (originalmente) dos veces por su polémico contenido, revolucionó los conceptos de teatro dramático y de puesta en escena, convirtiéndose en un claro antecedente del surrealismo y el teatro del absurdo. La adaptación de un texto como éste, pretendidamente grosero y excesivo, es un difícil reto para la facilidad con que se puede caer en acentuar la caricatura sin profundizar en las intenciones reales del autor. En este sentido, el trabajo de dramaturgia y dirección de Declan Donnellan es casi un milagro teatral. Ayudado de un elegante diseño escenográfico de Nick Ormerod, la historia se presenta como la turbadora fantasía de un adolescente burgués durante un sofisticado cena en casa de sus padres, lo que supone una reinvención genial del concepto primigenio. El contraste entre las buenas maneras, la delicadeza de los comportamientos y la aparente calma de la cotidianidad con la violencia irracional y la enfermiza concepción del sexo y la escatología del universo Ubú estalla aquí con una energía inquietante e imparable. Así, la propuesta apela a la visión grotesca que el joven tiene el mundo de los adultos: monstruos despóticos que esconden su verdadera condición (probablemente, no muy lejos de la visión de Jarry hacia la sociedad). Donnellan consigue algo muy complicado que es añadir lecturas al material original, en vez de quedarse con sólo una de las que ya contiene. Este Ubu Roi es divertido y, a la vez, terrorífico. Salvaje y refinado. Cuenta con un grupo de actores excepcional (del que padre e hijo destacan especialmente). Acercar al ahora y aquí el espíritu transgresor de la obra, hablándonos en la cara de lo que somos y lo que escondemos; haciendo un uso de los objetos ilimitadamente imaginativo. Quizás su ritmo no es perfecto, pero todas sus ideas funcionan, es incisivamente sobrecogedora y difícilmente se podría ser más brutal y honesta. ¡Bravo!
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