Dirigir una obra de Arthur Miller o Tennessee Williams en la actualidad comporta un riesgo añadido. Son textos que por su estructura dramática poco tienen que ver con los que estamos acostumbrados a ver hoy en día, pero además dan pie a poca descontextualización, Son piezas ancladas en una época y a unas situaciones muy concretas, cosa que marca a los personajes, sus relaciones y la forma que tienen de afrontar sus problemas. En el caso de Miller, además, siempre hay una resonancia trágica que lo envuelve todo en un segundo término pero que al final acaba haciendo acto de aparición en la escena. Es decir, cierto peso clásico en un autor que revolucionó la dramaturgia norteamericana del siglo XX.
Tots eren fills meus es una obra muy bien escrita, con un marcado tono antibelicista y una complicada madeja de relaciones humanas que da pie a todos los dramas que acabarán exponiéndose ante nuestros ojos. Unos dramas que van desde la pérdida de un hijo en la guerra hasta otros derivados de la traición, la culpa o la venganza. Una historia que parte de un hecho real –la construcción de unos aviones con piezas defectuosas en el transcurso de la segunda guerra mundial- y que finalmente acaba constituyendo una dura crítica al sistema capitalista y al modo de vida americano en la década de los cincuenta.
Cuando entramos al teatro, una enorme estructura de hierro esconde algo a su interior. Lo sabemos por el sonido, y también por la luz que se escapa por la parte de abajo. Poco a poco vamos adivinando que se acerca una tormenta, a pesar de que por el estrépito y la iluminación bien podríamos estar en una fundición o en algún lugar donde se construyen grandes objetos. Lo que está claro es que allí debajo hay el secreto de lo que pasará en unos minutos… Esto ya crea expectativas, y bien es verdad que durante toda la obra estos pequeños elementos –el árbol sería otro- nos mantienen atentos y en cierto estado de alerta. Todo esto se debe, sobre todo, a la excelente dirección de David Selvas; para mí, la mejor de su carrera hasta el momento.
Pero un montaje como este no seria nada sin unos actores que defendieran como es debido a unos personajes tan complejos y emblemáticos como Joe y Kate Keller. Unos personajes que requieren muchos matices, muchas conexiones y mucha experiencia. Unos personajes que Jordi Bosch i Emma Vilarasau se hacen suyos hasta extremos casi inverosímiles. A su lado, Eduard Lloveras y Clàudia Benito se hacen cargo de dos papeles igual de extremos, y se salen airosos. En definitiva, un montaje muy bien resuelto y muy bien actuado, que no cae en ninguna reproducción arcaica y que se muestra moderno… aparte de respetuoso.