La vida a veces es una mierda y no se sabe porqué algunas personas lo tienen todo más fácil. Hay cosas que no se pueden cambiar, pero quizás sí compensar de alguna manera. A veces, simplemente se tiene que encontrar la oportunidad.
Empar y Esperanza forman una familia atípica, son madre e hija, pero al mismo tiempo no lo son. O al menos no de la manera tradicional. En una situación delicada, nos encontramos en el escenario una recopilación de la relación de estas dos mujeres, como la han ido construyendo y en qué se han convertido la una para la otra.
Es precioso ver un texto y un montaje así, que explica tan bien y con tanta claridad, sin caer en el exceso, la historia de dos mujeres que se elijen mutuamente, formando un vínculo que les cambia la vida. Con una puesta en escena sencilla y muy íntima, donde cuatro muebles estratégicamente colocados pueden formar un hogar llego de emoción y sentimiento. Donde unas cortinas de hierro crean un ambiente sonoro especial y evocativo para un lugar especial, donde pasan cosas muy interesantes.
Marta Barceló con su historia nos invita a acompañar a las protagonistas en un viaje que las ha convertido a una en el pilar imprescindible de la otra, y al revés. Una transacción, un negocio, que empieza de manera directa y sin embudos y va evolucionando hacia una familiaridad y una comodidad. Lluïsa Castell y Georgina Latre, madre e hija respectivamente, se acostumbran a la una a la otra en el texto y también en el escenario. Sus interpretaciones encajan a la perfección en el transcurso de su historia, adaptándose muy bien a los saltos temporales y emotivos. Llega un momento en que se borra la capa de actuación y se las ve discutiendo en el comedor de su casa, no en un escenario ante el público.
Qué experiencia tan bonita ver tanta sensibilidad y madurez trasladada al teatro, sin más pretensión que explicar una realidad que pone en perspectiva la vida de la espectadora.