La grandeza de Las horas, la novela más recordada y premiada de Michael Cunningham, es que une a personajes femeninos de varias épocas bajo el paraguas de un personaje de ficción, la señora Dalloway. Este personaje, escrito a principios del siglo XX por Viginia Woolf, se erige como símbolo de la mujer que quiere tomar decisiones por sí misma en una sociedad y un momento cultural que le va totalmente en contra. El feminismo, la represión sexual, la muerte… Temas recurrentes de una novela que ha pasado a la posteridad por su frase inicial: “La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores.”
Y aquí también hay flores, y los preparativos de una fiesta, y un poeta deprimido, y un final trágico… The hours es un compendio de todo: el momento en el que la propia Woolf escribe la novela, la historia de una lectora del libro en Los Angeles del 1949 y los preparativos de la fiesta que Clarisa Vaughn (una moderna señora Dalloway) está preparando para su amigo Richard en el Nueva York de los años noventa. El montaje de Eline Arbo lo une todo con un escenario circular y giratorio en el que los elementos decorativos sirven para las tres historias. Una estructura muy similar a la de la novela – y también a la de la película de Stephen Daldry- pero con un novedad, la utilización del personaje de Richard como narrador y cohesionador de las tres historias.
El gran mérito de Arbo es saber dar coherencia escénica a la complicada estructura de Cunningham, y creo que lo consigue gracias a buenas decisiones teatrales, a un complejo entramado técnico y a un reparto muy acertado. Destacan, especialmente, Chris Nietvelt en el papel de Virginia Woolf y Steven Van Watermeulen en el del narrador principal. Una adaptación meritoria y un montaje cargado de aciertos y decisiones tan bellas como arriesgadas.