Josep Maria Miró escribe siempre obras que tienen como eje central la perplejidad de los personajes hacia el mundo que los rodea. Un mundo convulso y desesperanzado que actúa fuera de campo y que se asemeja mucho, demasiado, al mundo que conocemos. Esta amenaza constante, que de hecho viene de nosotros mismos, es la que mueve la acción, la que precipita casi siempre los acontecimientos. En Temps salvatge hay un abanico muy amplio de los males que asolan la sociedad actual, ayudando a construir así un mosaico que a veces nos resulta muy realista y a veces un poco inverosímil. Es cierto que las obras de Miró tienen siempre algo de conceptual, y en este sentido las metáforas del bosque, de la piscina, e incluso de la comunidad de vecinos ayudan a situarnos.
Temps salvatge ha sido un encargo del TNC para la Sala Gran, y se nota. La larga duración, una escenografía monumental, varias subtramas dentro de un argumento complejo y lleno de misterios… Todo justifica el desfile de los recursos con los que cuenta el teatro, pero la pregunta es si realmente había que sacar todo el arsenal para una obra de carácter intimista, al estilo de El principi d’Arquímedes o Nerium Park. Me ha pasado un poco como con la Victòria de Pau Miró, que también se perdía en medio de unos efectos tan grandilocuentes como innecesarios. Sea como sea, la obra convence en su globalidad y especialmente en su declaración de intenciones, pero me ha parecido que algunos personajes no eran demasiado creíbles, que algunas tramas sobraban, que algún actor parecía perdido en la inmensidad del escenario y que algún monólogo, como el del final, resultaba excesivamente didáctico. Un buen intento, al que quizás le ha faltado alguna revisión para acabar de ser redondo y más efectivo.