Corría el año 1991 cuando cinco actrices y un director, acabadas de graduar en el Institut del Teatre, se reunían para montar una obra por su cuenta. De aquel encuentro casual, nació el primer espectáculo de T de Teatre: Petits contes misògins. A continuación, le siguieron dos grandes éxitos que hicieron historia del teatro comercial como fueron Homes y Criatures. Y, como quien no quiere la cosa, ya han pasado 25 años, 11 espectáculos, 8 directores y una serie de televisión. La importancia de este grupo en el contexto de nuestro teatro, en términos de popularidad, es innegable. Por ejemplo, ahora que el debate feminista se encuentra tan de actualidad, hay que reconocer la enorme tarea de visibilización del mundo de las mujeres (protagonistas, diversas, imperfectas, reales y humanas…) que ha comportado la presencia de sus montajes en la cartelera. Sin embargo, por otro lado, también es evidente que sus constantes intentos de reinventarse como compañía, con la colaboración de dramaturgos y directores muy diversos, han acabado por convertir su trayectoria en un compendio de trabajos de encargo con resultados algunas veces más acertados que otros.
Julio Manrique ha sido el escogido, en esta ocasión, para dar forma a este proyecto, parcialmente conmemorativo, con ayuda en la dramaturgia de Marc Artigau y Cristina Genebat. La propuesta, una vez más, hecha a medida para el lucimiento de las actrices, trata temas tan interesantes como las diferentes formas del dolor, la realización profesional o la necesidad de poner orden a ciertos recuerdos de nuestra vida. El conjunto, quizás, abre tramas en exceso; contiene una cantidad tan grande de ideas que, muchas de ellas, se pierden por el camino sin el desarrollo que merecerían. Se habría podido prescindir de muchas cosas y la sensación global mejoraría (la duración es también excesiva) pero, entonces, se perdería el equilibrio entre el protagonismo de las cuatro actrices, un peaje, en apariencia, inevitable. Afortunadamente, la dirección de Manrique es preciosa, fluida, elegante, funcional y exquisita. De nuevo, vuelve a demostrar su buen gusto con la puesta en escena y, sobre todo, la manera de cohesionar orgánicamente todo aquello que se nos explica. De esta forma, consigue una narrativa muy entretenida, atractiva y, a pesar de los defectos, satisfactoria. Y, evidentemente, las actrices resultan, como siempre, carismáticas, solventes y muy divertidas… pero, al final, es una lástima que todo el peso vuelva a recaer sobre el director de turno, abandonando, cada vez más, la posibilidad del grupo de tener personalidad propia y algo que decir como compañía, más allá de que los vestidos a medida que son sus espectáculos les sienten mejor o peor.