Está claro que El método Grönholm creó escuela. Las obras sobre procesos o terapias impartidas por alguien que está ausente se han convertido en un pequeño subgénero que acostumbra a generar un éxito comercial inmediato. En el caso de esta obra del argentino Matías de Federico todo funciona bajo unas reglas preestablecidas que acaban llevando a un camino inesperado. Es cierto que las situaciones (desde muy cómicas a muy dramáticas) pueden estar descompensadas y que algunos momentos sorprenden por su incorrección política, pero todo acaba encajando de forma milagrosa al final de la obra. Un final, por cierto, que llega de forma virulenta e intempestiva, a costa incluso de una dramaturgia verosímil y coherente.
Sea como fuere, se huele el éxito. La pieza funciona, los actores defienden bien sus personajes (en especial, una acertadísima Meritxell Huertas) y el argentino Daniel Veronese aporta toda su experiencia para convertir un trabajo de compromiso en un artefacto trepidante. De hecho, se nota su estilo en los diálogos solapados, la velocidad de la réplica y una crispación que se enciende y se apaga en cuestión de minutos. La escenografía quizás peca de ser excesivamente funcional, e incluso un poco insulsa, pero el conjunto funciona… y creo que llenará muchas butacas.