Se tiene que escribir de aquello que se conoce. O eso dicen los profesores de dramaturgia y de escritura creativa. Por este motivo, existen tantas obras de teatro que hablan del mundo de los artistas, de las artes escénicas y de todo aquello que las rodea. La cuestión es que todas estas historias corren el peligro de cerrarse en su propio submundo, llenándose de referencias y bromas internas que difícilmente entenderán o interesarán a personas que no sean cercanas al gremio. Afortunadamente, existen casos como Sota la ciutat: un ejemplo de cómo un planteamiento concreto puede trascender el universo al que pertenece y así implicar emocionalmente a cualquier espectador.
La nueva obra de Llàtzer Garcia habla de las aspiraciones de juventud, de la frustración y el sufrimiento de sentirse mediocre cuando creces y ves que no has hecho cosas increíbles, de los objetivos vitales y de la lucha feroz para destacar. Un conjunto de temas con los que todo el mundo se sentirá identificado, expuestos con situaciones divertidas, diálogos inteligentemente vibrantes, giros inesperados y un ritmo fabuloso. Los actores que dan vida a los personajes tienen una gran química y resuelven con naturalidad cada escena, llenando de matices sus frases y haciendo verosímil un rico entramado de interrelaciones.
El autor de La pols ha hecho aquí un paso adelante, abordando un proyecto más ambicioso en todos los sentidos y saliendo victorioso. Resulta fantástico reflexionar a posteriori sobre la evolución de la pareja protagonista, de cómo la ciudad puede ser un refugio o un monstruo hostil de mil caras. De cuál es la mejor manera de afrontar los retos de nuestra vida, sin encontrar la respuesta. De cómo estamos llenos de excusas para justificar todo aquello que no hemos conseguido hacer… y cómo, estas excusas, nos definen, nos hacen humanos e, incluso, son necesarias para entender que la vida nunca es fallida. La vida es triste y bonita al mismo tiempo; exactamente, como esta obra de teatro.