Esta es una obra que habla de la lucha, de la resistencia y del desengaño, pero sobre todo habla del paso del tiempo y de cómo afecta en aquello que creíamos de jóvenes. La obra, a pesar de los parecidos con el momento político actual, es de 1958 y está enmarcada dentro del movimiento de los «angry young men». Su autor, Arnold Wesker, era de familia judía y tenía ascendencia rusa y húngara, aspecto que queda reflejado en esta pieza con toques autobiográficos. Y es que la historia de la familia Kahn, desde 1936 a 1956, contiene elementos que el propio Wesker conoció y experimentó como propios.
El gran acierto de Ferran Utzet y del adaptador Llàtzer Garcia es que han obviado un poco el carácter panfletario de la pieza y han dado más valor a las relaciones entre los personajes. Desde un principio, nada nos distrae en escena. El supuesto comedor donde pasará todo está vacío y sólo se llenará a medida que los lazos afectivos y la vida de aquella casa se vaya llenando, del mismo modo que los distanciamientos y la frialdad entre personajes harán que vuelva a vaciarse. Un precioso efecto escenográfico que resulta más efectivo por su simplicidad y su contundencia. Los actores hacen el resto, gracias a unas interpretaciones bastante naturales y al magnífico ritmo que le sabe imponer el director. Es cierto que en la primera función hubo los lógicos desajustes y tropiezos, pero no es nada que no pueda superarse con un poco de rodaje. De hecho, creo que el efecto espejo con la situación que vive actualmente Cataluña acabarán por convertir el espectáculo en uno de los referentes de la temporada.