Carlota Subirós afronta su segundo montaje sobre Guimerà después de aquella Maria Rosa de hace un par de temporadas. Y lo cierto es que lo hace con una idea estilística similar pero aprendiendo de los errores y aplicando un par de excelentes ideas que elevan el proyecto a otro nivel. Esta obra casi desconocida se prestaba a aplicar un tono no del todo realista, lejos del que piden otras conocidas piezas del dramaturgo catalán. Es por eso que el foco móvil, que va poniendo luz a todo aquello que se nos quiere ocultar de primeras, o el personaje que subraya las frases más contundentes son recursos que encuentran su encaje en este argumento sórdido, durísimo, que deriva hacia un retrato psicológico muy interesante.
Subirós se rodea esta vez de un reparto que se ajusta perfectamente a las necesidades de lo que se quiere transmitir. Javier Beltrán y Laura Aubert aguantan bien los difíciles roles protagonistas, mientras que Mercè Arànega y Roger Casamajor destacan en unos personajes secundarios pero de gran contundencia. A este último, precisamente, también hay que agradecerle la composición de la música y su interpretación en directo. Otro recurso que la directora aprovecha para acabar de redondear una pieza que ya se encuentra entre las mejores de la temporada.