Las grandes actrices suelen hacer que cualquier montaje valga la pena sólo para verlas actuar. Uno de los sueños de Mercè Arànega, según explicó ella misma, era interpretar el papel de Shirley Valentine desde hace muchos años … y lo cierto es que se nota. La actriz coge la propuesta con ganas, fuerza, carisma y un poder de cautivar al público que sólo algunos grandes nombres tienen a su alcance. El texto de Willy Russell, a pesar del tiempo que ha pasado, sigue bastante vigente, ya que muchas mujeres todavía se pueden identificar con el personaje. De hecho, su evolución, empoderamiento y rebelión contra los roles establecidos entronca muy bien con el clima de lucha feminista de la actualidad. La dirección de Miquel Gorriz tiene la habilidad de conocer lo que el espectáculo pide que es, básicamente, hacer brillar a su protagonista. Por este motivo, probablemente, la escenografía es tan simple como una cocina pintada en un trozo de madera que, en la segunda parte, se transforma, dejando atrás la extraña imagen de austeridad presupuestaria del principio. En conjunto, la obra no es brillante, revolucionaria ni memorable pero hace pasar un buen rato, resulta entrañable, tiene un buen ritmo y, gracias a la especial energía de Arànega, nunca pierdes la atención ni el interés. Quizás, respecto a estos temas, ahora el cuerpo nos pide montajes que den un paso más allá pero, mientras no nos lleguen, Shirley Valentine resulta lo bastante complaciente como para dejarnos mínimamente satisfechos.
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