Este es un espectáculo que sale de la escuela Teatre Eolia, concretamente de un taller de los alumnos de interpretación. Un proyecto ambicioso y potente que intenta reflexionar sobre la necesidad de las revoluciones a partir de la ejecución de la familia real rusa en el contexto de la revuelta de 1917. Detrás de todo, como directora y autora, tenemos a Carla Rovira, actriz que empezó con La Calórica y que fue encontrando su camino propio como creadora con espectáculos como Aüc, Màtria o Posaré el meu cor en una safata. Aquí se nota parte de su estilo cuando se toma libertades y huye de la literalidad de la historia (Rasputin bailando por Boney M, la escena que pasa casi a oscuras, las alocuciones directas al público) pero creo que se quiere alcanzar demasiado y finalmente queda un espectáculo excesivamente largo, relleno de datos y personajes históricos que acaban por aturdir un poco al público. Una buena aproximación si queremos entender como fue el proceso revolucionario, de donde surgió la dinastía Románov o el porqué de las decisiones posteriores, pero la extrapolación con el momento actual resulta insuficiente y da una sensación de oportunidad perdida.
Sea como sea, el espectáculo tiene el valor de presentar una serie de caras nuevas y de enfrentar a estos nuevos intérpretes a un texto de nueva creación, complejo y lleno de dificultades. Sé que el montaje tiene muchos de los defectos y de las virtudes de una creación de este tipo, pero creo que aquí tiene mucha más importancia el camino y la resolución de escenas y personajes complicados (los intérpretes no paran de cambiar de papel) dentro de una estructura que parte de un retrato. El último y funesto retrato de la familia Románov.