Un despropósito intencionado

Roger Bernat: Flam

Roger Bernat: Flam
22/11/2019

Hay obras difíciles de valorar porque, directamente, te dejan sin palabras. Esto, de entrada, lo podríamos considerar, incluso, una virtud. En principio. Con Flam, sin embargo, no queda del todo claro si es así. Nada acaba de quedar claro con Flam, de hecho. Quien conozca mínimamente la trayectoria de Roger Bernat ya sabrá que sus propuestas nada tienen que ver con el teatro convencional. En este caso, partiendo de la idea de incluir más emociones en sus piezas, plantea un juego en complicidad con el público donde se le invita a reír, llorar, aplaudir y suspirar, entre otras reacciones, que señalan una serie de carteles que van mostrando los actores. El espectáculo es, evidentemente, un despropósito intencionado que pierde todo su interés en el momento en que la fórmula se agota, transcurrida, más o menos, la mitad del show. Parece que la voluntad del creador es la de generar la indignación del público más burgués y conservador, apostando por una provocación infantil y gratuita, estirando cada idea hasta la extenuación y abocarlas a un tedio anticlimático donde todo vale que, más que indignar, puede llegar a producir indiferencia.

El contexto y el tipo de público con el que se presente este montaje es decisivo. Ante una platea abierta de mente que compra cualquier cosa que se les presente, como ciertos consumidores del peor arte contemporáneo, su efectividad es nula. Sin ninguna reacción visceral del espectador, todo lo que pasa en escena parece estar bajo control. Nada sorprende, impresiona, angustia o perturba.

A pesar de esto, tiene algunos hallazgos como algunos textos de intencionalidad más política o la parodia de los agradecimientos de uno de los intérpretes después del primero falso final. Otros de sus valores son la entrega sin prejuicios de su reparto, su total autoconciencia o la valentía de estrenar un disparate como este sin ínfulas ni complejos. Si de verdad el espectáculo consiguiera ser un escándalo, quizás merecería la pena. La lástima es que, probablemente, pasará a ser poco más que una anécdota olvidable, como la caca hinchable que utilizan que, a pesar de ser una mierda de dos metros, ni huele, ni mancha, ni da asco.

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