La producción de Händel es muy importante en todos los géneros que se practicaban en su tiempo. Solo en ópera tiene más de cuarenta títulos, entre los que destacan Alcira, Orlando o Giulio Cesare, entre otros muchos. A pesar de ser una de las más importantes óperas italianas del compositor, Rodelinda no se había representado nunca al Gran Teatro del Liceo. De hecho, la ópera barroca no es precisamente uno de los estilos operísticos más escuchados en el teatro de la Rambla, donde prima sobre todo el verismo y las piezas de Wagner o Richard Strauss.
Rodelinda explica las intrigas políticas y las luchas de poder para ocupar el trono de Milán. Musicalmente, destaca por las arias «de capo» típicas del Barroco (aquí destacarían las fantásticas Dove sei, amato bene? o Ritorna, o caro e dolce mio tesoro) y por el dúo Io te abraccio al final del segundo acto. El grande peso de las arias y momentos más destacados recaen en los personajes de Rodelinda y Bertarido, maravillosamente interpretados por la soprano de coloratura Lisette Oropesa y el contratenor Bejun Mehta. Solo por ellos dos ya merecería la pena asistir al teatro, pero no tenemos que olvidar que el director escénico Claus Guth nos binda una versión original y bellísima en la que tenemos una doble visión de los personajes. De hecho, Guth nos plantea toda la pieza a través de los ojos del hijo de los protagonistas, Flavio. Sus dibujos, sus deseos y sus miedos van haciendo aparecer unos personajes deformados y monstruosos, que a la vez son una especie de sombra de los reales. Todo esto se consigue gracias a una casa giratoria que ocupa prácticamente todo el escenario. Un gran acierto escenográfico que ha envuelto perfectamente esta joya barroca hasta ahora casi desconocida.