A pesar de que todavía hay alguna persona que se resiste, las redes sociales se han convertido en muy poco tiempo en uno de los ejes centrales de nuestro día a día, condicionando enormemente nuestra manera de relacionarnos y entender el mundo. Nuestra obsesión por exhibirnos y la adicción a los likes y seguidores ha cogido una dimensión tan grande que ya pedía, necesariamente, que alguien hiciera una comedia sobre el tema. Así es cómo, por primera vez, Roc Esquius y su compañía, Dara Teatre, han presentado su primera obra fuera del género de la ciencia ficción. Probablemente, la realidad que nos rodea ya resulta tan loca que no necesita ninguna lupa encima para resultar distópica expuesta encima de un escenario. El espejo social que nos propone Esquius, en este caso, es lo más interesante de esta sátira simpática en los tiempos de Instagram. Desgraciadamente, el autor de montajes tan reseñables como iMe, Mars Joan o Sàpiens, en esta ocasión, pierde un poco el pulso de la narración (atascado en la maraña competitiva de los protagonistas) e incluso del tono. Lo que empieza como una parodia desenfadada sobre la visibilidad online del mundo de los emprendedores acaba derivando en una especie de thriller laboral extrañamente próximo al David Mamet de Glengarry Glen Rose o, incluso, a la violencia testosterónica de otras piezas de la sala como La peixera, Cloaca, A cada rey su merecido o Sota la catifa. Esta evolución, a pesar de las buenas intenciones, resulta, aquí, demasiado forzada e, incluso, desconcertante. Afortunadamente, el espectáculo cuenta con un reparto solvente y carismático al que apetece acompañar en el viaje. Además, ciertas situaciones del texto arrancan unas cuantas risotadas y, con otras, muchos espectadores se sentirán identificados. En resumen, se trata de un concepto atractivo y bien presentado, con momentos inspirados y algunas reflexiones valiosas sobre la mesa a pesar de que, en conjunto, la propuesta no acaba de funcionar del todo.
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