Existen muchas iniciativas culturales y educativas que tratan de acercar la obra de William Shakespeare a los más jóvenes, buscando maneras de hacer que entiendan y se identifiquen con los temas que ellas tratan. El dramaturgo Gerard Guix, de forma maliciosamente genial, ha conseguido dar un giro perverso a esta idea, para señalar la responsabilidad de la familia y la educación en ciertos actos de violencia. El espectáculo narra la historia de un adolescente tímido y atormentado que, obsesionado con el personaje de Ricardo III, vive una metamorfosis total donde la ambición y la sed de venganza lo acabarán por convertir en un monstruo. El texto construye un paralelismo muy interesante entre los dos seres acomplejados, combinando con escenas de hiperrealismo, monólogos teatralitzados y otros de gran simbolismo poético. La directora, Montse Rodríguez, ha utilizado todos los recursos del espacio escénico transmitiendo una sensación de claustrofobia emocional muy lograda. Por otro lado, extrae del jovencísimo actor Quim Àvila un trabajo interpretativo sobrecogedor con momentos angustiosos y detalles (como la imitación de sus padres) que ponen la piel de gallina. Sin embargo, se podría reprochar a la propuesta que parte de una óptica un poco americanizada en relación con el caso que plantea al que el público catalán podría mirar con cierta distancia. Aparte de esto y que, quizás, la utilización de más fragmentos de Shakespeare se hubiera agradecido, el montaje es lo bastante arriesgado y honesto como para permanecer dentro del espectador durante unos días después de la función; cosa que resulta cada vez menos habitual.
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