Es injusto cuando se supone que los cuidados y la responsabilidad afectiva recae irremediablemente en manso de alguien que no lo ha pedido, pero a quien la consciencia y el deber interno le dicen que se tiene que hacer cargo de una situación que no ha provocado. Más injusto es aún que aquellos/as que se acomodan a esta situación no tengan ni la decencia de pensar, por un momento, que tendría que facilitar las cosas y agradecer el sacrificio que está haciendo la otra persona para cuidarlas.
El Refugi es el lugar que Amy ha creado para sus hermanos después de la huida de sus padres. Unos progenitores que no pudieron ni quisieron afrontar los problemas, ni buscar soluciones, y que encontraron una facilidad nada culpable, por lo que parece, en irse y no mirar atrás. La hermana grande se ocupa de Nat, que está enfermo y se aprovecha de la situación, y Becca, una adolescente de 16 años que solo busca atención con su manera de hacer. En esta vorágine de vida, llega Sam, que empieza siendo el novio de Amy para convertirse en uno más de esta familia atípica.
El texto de Jessica Goldberg navega en la trama en el drama de una vida y unos sueños trucados por un peso recaído y aceptado por una joven que tenía un futuro abierto y que se sacrifica por el bienestar de sus hermanos, al mismo tiempo que expone el egoísmo y el apego feroz de aquellos que, cómodos en la situación de víctimas y cuidados, no hacen el paso ni tienen la intención de hacer ningún cambio para mejorar la vida de todos los que componen la familia. Un texto duro y áspero que provoca incomodidad al patio de butacas y también un rechazo hacia todos los personajes, los que aceptan la situación y los que no ven más allá.
Mònica Molins dirige esta traducción de Carlota Subirós con una mirada directa y cruda, que no endulza ningún personaje ni sus decisiones. Poco a poco, y a medida que avanza el relato crece la rabia que siente la espectadora ante la situación que se está desarrollando y desea una resolución extrema que acabe con la situación. Quizás este es el problema de esta producción, y es que esta explosión final que se desahogue de la alguna manera la historia no llega. Una narración que muestra desde el principio hacia donde iría, acaba con una resolución demasiado obvia y nada impactante. La espectadora se queda decepcionada ante una falta de giro final que compense el largo periplo, ya sea hacia una zona más liberadora o hacia otra más oscura.
El reparto está formado por Laura Roig, Lua Amat, Joan Esteve y Daniel Mallorquín, que van construyendo su personaje a medida que el relato va avanzando. Se van acoplando a la trama y su experiencia se va acumulando en sus interpretaciones dando un peso importante a sus personajes, lo que ayuda a crear un ambiente tenso que da más peso a la historia y a aquello que quiere transmitir. Roig va mostrando poco a poco la claustrofobia que Amy siente dentro de las cuatro paredes de su casa, como la ahogan sus hermanos y sus demandas, y este sufrimiento se traslada fácilmente al público dejándolo exhausto.