Es interesante cómo, por necesidades sociales y políticas de mujeres, minorías, clases desfavorecidas y los sectores más comprometidos del mundo artístico, el teatro documental ha acabado por convertirse en una constante de nuestros escenarios. De alguna manera, se entiende que la mejor manera de explicar una realidad es intentar ponerla en escena en su forma más pura. En el caso de Raphaëlle, el formato gana todavía más sentido, ya que, solo el hecho de tener en escena a una mujer transexual explicando en primera persona su historia, ya le da un gran valor por la visibilización del colectivo del que se habla. La obra es, realmente, muy interesante, dinámica y humana. Resulta fácil empatizar con la protagonista, compartir sus angustias y preocupaciones, y entender mejor una realidad a la que, muchas veces, decidimos dar la espalda. Cierto es también que, escénicamente, el espectáculo opta por una sobriedad a la que le faltan ideas que la hagan más emotiva, sorprendente o atractiva. Pero el testimonio tiene bastante fuerza por si mismo y, probablemente, resulta de gran ayuda en la lucha de este maltratado colectivo. Además, el montaje deja algunas preguntas en el aire nada fáciles de responder: “¿Qué quiere decir ser mujer? ¿Qué quiere decir ser hombre?”. Demuestra, de este modo, que la reflexión que propone es muy profunda y que todos los espectadores estamos mucho más implicados en este debate de lo que podríamos pensar antes de entrar a ver la pieza.
¡Enlace copiado!