¿Qué hacer cuando el mundo está en llamas y solo unos pocos deciden el destino del resto? ¿Nos tenemos que resignar a esperar como acontecerán los hechos o tenemos que luchar y alzarnos para defender aquello en lo que creemos? A priori parece una elección fácil, pero no lo es tanto cuando tú tienes que poner el cuerpo, mientras los poderosos se sirven de una valla imposible de saltar.
La obra escrita y dirigida por Lali Álvarez es un monólogo en primera persona que revive al joven Carlo Giuliani, asesinado el 20 de julio de 2001 en Génova durante la cumbre, y contracumbre, del G8. El protagonista de esta historia explica sus últimos días, mientras capta el sentimiento general de impotencia e indignación de la población de la ciudad, y de otros países, ante una reunió que “secuestró” la libertad de circulación y reunión en la ciudad para asegurar que los líderes políticos del mundo tuvieran un encuentro tranquilo.
Pude ver la obra protagonizada por Oriol Pla en 2017 y la verdad es que me hacia sufrir confrontar el recuerdo de aquella primera vez, tan vivo en la memoria, con esta nueva reposición. Pero era una inquietud innecesaria porque Pau Bondíez absorbe tanto al público que cualquier comparativa queda olvidada. Es cierto que el texto es muy potente y que diez años después continua muy vigente -quizás más que nunca-, y eso ayuda a un espectáculo muy bien montado y ejecutado. Eso sí, para aquellas personas que ya hemos visto la producción sí que quizás falta alguna modificación en la obra, no en el texto, sino en la puesta en escena o el movimiento sobre el escenario. Esta misma disposición hace que no haya algún elemento diferente o de sorpresa que lleva a la entrega total.
Con un lenguaje sencillo y directo, el Ragazoo del título explica al público cara a cara sus inquietudes y sus miedos, su filosofía de vida y sus sueños. Y en medio de esta revelación de secretos también hace una radiografía de la situación social y política de su ciudad en aquel momento. Es capaz de transmitir la voluntad de cambiar las cosas, pero también la sensación de peligro en cada paso. Todo esto, se adereza con momentos divertidos y alegres, enamoramientos y curiosidades que no tienen nada que ver con el núcleo de la trama, pero que otorgan el espacio y el descanso necesario entre tanta intensidad y hechos acontecidos.
Bondíez hace un papel magnífico, conecta con la espectadora desde el primer minuto y la coje para no dejarla hasta el final e incluso entonces hay un vínculo que se mantiene en las respiraciones finales, cuando toda la sala intenta digerir unos hechos y un espectáculo difícil de olvidar.