Martin Crimp, parte de la novela Pamela de Samuel Richardson para escribir esta obra de teatro sobre los roles de género y la erótica del poder. En la novela, Pamela es una criada que, subyugada a su amo, utiliza su aparente debilidad para casarse con él y conseguir el ascenso social. En la obra de Crimp, sin embargo, se trata de dos personajes arquetipo – ni siquiera tienen nombre – que están sumergidos en una lucha constante de poder y de sexo, donde parece que el hombre tiene secuestrada a la mujer.
Los intérpretes cambian de rol varias veces, haciendo de abusador y abusado al mismo tiempo. Esto parece apuntar un carácter relacional de las luchas de poder y genera un desasosiego constante en el espectador. Además, es un recurso que también sirve para remarcar, o más bien apuntar, la performatividad del género.
El texto también habla de mujeres silenciadas en la sociedad patriarcal. Con una escena inicial en el que el personaje femenino le arrebata el micrófono constantemente al masculino, o en el hecho de que esta Pamela moderna escriba, se está reivindicando la necesidad de que la mujer se agencie de su propio relato. Pero más allá de la jerarquía de poderes en relación al género, la obra también habla sobre el poder entre clases. La mujer maltratada por el hombre, maltrata a su vez de la criada, como si de una cadena de abusos se tratara.
La dirección de Magda Puyo le da un gran dinamismo a la obra, fluyendo entre los distintos episodios con momentos oníricos, precisas coreografías e incluso algún número musical que tratan de aligerar el peso del texto de Crimp.
En definitiva, se trata de una obra irónica y un tanto incómoda sobre la brutalidad de las relaciones humanas en general, y del género en particular, donde si hay algo a destacar, es la desgarradora interpretación de Anna Alarcón.P