A pesar de que no es de mis obras preferidas de Shakespeare, se tiene que reconocer que Romeo y Julieta ha dado para mil y una versiones. El enfrentamiento de las dos familias rivales ha servido de excusa para poner encima del escenario el conflicto real entre etnias, bandas o incluso países eternamente enfrentados. Marc Chornet y Anna Maria Ricart, en cambio, han optado por potenciar la historia de amor de los dos amantes… y aquí quizás radica el principal problema, puesto que como relación adolescente la cosa tampoco funciona. De hecho, la relación de los dos amantes de Verona es de las que más cuesta actualizar, sobre todo por unas formas y un lenguaje que la hacen poco creíble e, incluso, un poco empalagosa.
Se tiene que reconocer, de todas formas, que la dirección de Chornet está llena de buenas ideas. Acierta con el juego escenográfico, la música escogida, el diseño de luces, la forma en que resuelve las peleas y el ingenio con que soluciona la larga escena de la cripta. Quizás la dirección de actores resulta un poco irregular, pero también se tiene que tener en cuenta la juventud de un reparto sobrado de entusiasmo y energía.