Tratado sobre la muerte

Posaré el meu cor en una safata

Posaré el meu cor en una safata
20/12/2019

Que la nueva dirección del Lliure haya abierto las puertas a voces nuevas, jóvenes y feministas (que no nos dé miedo la palabra) es mucho más que aire fresco en la programación de un teatro público: se trata, probablemente, de la mejor noticia teatral de la temporada. La actriz, directora y dramaturga Carla Rovira, concretamente, ha sido una de las grandes apuestas de esta nueva línea, asumiendo, como artista residente, el difícil reto de enfrentarse a la Sala Fabià Puigserver. La artista ha optado, con riesgo y valentía, por abordar una especie de tratado sobre la muerte, obteniendo un resultado interesante pero también irregular.

Tratándose de un proceso creativo con investigación y experimentación, da la sensación de que, quizás, habrían hecho falta algunos meses más para acabar de redondearlo. En muchos aspectos, algunos hallazgos no pasan de ser comunicados al público de manera literal. Datos curiosos, sin duda trascendentes y relevantes, pero con los que no se construye ninguna reflexión demasiado elaborada. Rovira es una creadora con las ideas claras que no esconde sus cartas y que, a veces, prioriza el discurso ante la profundidad o los matices. La propuesta, en este caso, está llena de ingenio y ocurrencias brillantes pero, en general, no acaban de ser del todo efectivas. Además, el montaje hace una mezcla de perspectivas (el mito de Fausto, los enfermos terminales, la ecología, los contenedores quemados de Barcelona) que casi roza la aleatoriedad. El desigual nivel en la calidad de las interpretaciones tampoco ayuda mucho a que la función luzca.

Lo que sí que resulta destacable, en cambio, es el uso de la escenografía, la iluminación y los recursos técnicos que están muy por encima, en ocasiones, de un contenido que quizás pedía una proximidad que la sala no tiene ni puede ofrecer. Quizás, antes que nada, habría que haber tomado la decisión de si la pieza quiere ser la reinterpretación de un clásico, una performance política, una alegoría poética, un drama humanista o un show de sketches de los Monty Python (para esto último, de buen material íbamos sobrados: la Dead Cam, David el Gnomo, el rap de la muerte, Paloma San Basilio). A partir de aquí, se podría haber dado espacio a una concreción que habría evitado la sensación de work in progress que transmite.

Más allá del resultado, sin embargo, es evidente que Carla Rovira tiene un gran talento. Se ve en este espectáculo y lo ha demostrado otras veces. Además, tiene una larga trayectoria por delante para asumir más retos como este y, quizás, en algún momento más adelante, acertar de lleno. Sigámosle la pista. Valdrá la pena.

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