Carla Rovira tiene la gran habilidad de exponer sus ideas y sus pensamientos de forma clara, contundente si hace falta, pero siempre argumentada y teatralmente atractiva. Este tratado sobre la muerte que nos trae ahora no abandona esta línea, sino que la amplía con algunas ficciones sobre la temática. Por un lado, aborda el tema de la inmortalidad y el cambio climático (o la muerte del planeta) a través de la historia de Fausto, mientras por la otra nos sitúa en la sala de espera de un hospital de enfermos terminales. Las dos líneas irán confluyendo, sobreponiéndose y alternándose con otras muchas ocurrencias, como la de la Dead Cam, la canción de Paloma San Basilio o el curioso y polémico final con contenedores y algún que otro famoso gnomo televisivo.
A pesar de que estamos ante un espectáculo hecho con inventiva y gran presupuesto, no podemos obviar que contiene interpretaciones irregulares, que la escenografía toma excesivo protagonismo, que hay bajadas de ritmo y que quizás le falta el elemento cohesionador de otros espectáculos de Rovira. Se dice que la Sala Grande quizás le ha jugado en contra, puesto que la proximidad siempre ha sido uno de sus puntos fuertes. Sea como fuere, el montaje sigue teniendo un sello muy particular, momentos brillantes y una idea de la sociedad que hay que ir poniendo encima de los escenarios. Creo que la apuesta del Lliure ha sido una prueba más en una larga -y seguro que fructífera- carrera de Rovira, y ya se sabe que las pruebas sirven para ir creciendo y mejorando.