En la escuela aprendemos que el diamante es un ejemplo de dureza extrema, definida ésta como la resistencia de un material a ser rayado. Sin embargo, poco se habla de que la resistencia al choque mecánico es, por regla general, inversa a la dureza de la piedra. Es decir, cuanto mayor sea la dureza de una gema más frágil será al choque. Y más si éste es repetido.
Pau Coya, Premio de la Crítica 2023 al Mejor Autor Revelación, nos muestra en su brillante texto, basado en hechos reales, el rastro de polvo provocado por el choque con una verdad escondida, insufrible, más que incómoda, revelada por la presión de los medios, de la opinión pública y de una investigación de incierto recorrido al plantearla.
En Pols de diamant, Dani es víctima de una brutal agresión LGTBI fóbica, y su caso trasciende, por esta naturaleza, a todos los medios, generando una espiral de atención por parte de la opinión pública e incluso de la clase política . La expectación crece de forma exponencial mientras que, de forma paralela, nacen ciertas dudas sobre su testimonio. Un giro de guión y el asunto toma de repente una nueva dirección. Lo que parecía tan firme, tan duro, tan consistente, aquella forma de ser y de reivindicarse tan decidida, se resquebraja a base de golpes y queda reducido a pulso. Y, con él, todo un colectivo puede recibir sus consecuencias. Su pareja, que le admira y que ha descubierto en él un lenguaje diferente, una nueva gramática del amor, poco se lo espera, y asiste desesperada al declive de una imagen, al estropicio sin remedio. Y todo ello para esconder una decisión pasada que le avergüenza, para huir de los propios errores. La mentira como disfraz que acaba por descubrirte.
Dafnis Balduz y Albert Salazar (qué complicado resulta deshacerse de aquel inolvidable A.K.A. cuando actúa) proyectan a sus personajes con intensidad y eficacia, en cada uno de los múltiples registros que Pau Coya les plantea. Los cambios de rol, los saltos narrativos, los diferentes espacios que convergen y alternan en el escenario son muy exigentes, y se desarrollan con solvencia, como en una coreografía. En este sentido, mil aplausos por la escena en la que acaban abrazados sobre la mesa, uno de los instantes en los que más acaba aportando un juego de luces poco trabajado en general, errático y nada ágil, en mi opinión. La dirección, a cargo de Nelson Valente, sabe dibujar las líneas maestras del texto con ritmo y saca jugo de la buena madera de los jóvenes actores. Sin embargo, probablemente una mayor riqueza de recursos facilitaría la puesta en escena de los múltiples papeles que tejen la historia, que queda básicamente en manos sólo de la pareja protagonista.
Planean dos dudas que me cuesta resolver… Uno, el verdadero tema central del espectáculo: ¿la lupa con la que se mira a un colectivo estigmatizado? ¿La mentira como vía de fuga? ¿El precio de nuestras decisiones, de nuestros errores? ¿O todo, en definitiva? Y, dos, si la lectura de la homosexualidad que la obra desprende es la misma en todas las generaciones de espectadores. Creo que algún detalle, algún fragmento, alguna interpretación parecen hechas, ligeramente forzadas, para ser entendidas por quien todavía puede tener cosas que entender. Probablemente, por buena parte de la audiencia, joven, liberada, sobran estereotipos ya superados y falta centrarse en el punto central de la trama.
El espectáculo, altamente recomendable, se convierte en un ejercicio interpretativo excelente que interpela conciencias en torno a la homofobia, el amor y la mentira.