La transición de un formato televisivo tan ligado a la actualidad como el Polonia a otro teatral no es una tarea nada fácil. La actualidad es fugaz (cada vez más) y, por tanto, el motor que hace funcionar este espacio satírico semanal debía reinventarse de alguna manera. Probablemente, por lo que han contado con la destreza de Jordi Galceran que, junto con los guionistas habituales del programa, ha diseñado una trama con vigencia atemporal y vodevilesca protagonizada por las figuras más representativas del panorama político de Cataluña. La idea es inteligente y saca el máximo partido de unos actores / imitadores que, como ya hemos visto en el show de TV3, aportan una vis cómica y un carisma que muchos de sus equivalentes reales no se merecen. En este sentido, el espectáculo funciona, tiene mala leche, hace reír, combina humor de todos los niveles, y se burla de todas las posturas ideológicas y sentimientos nacionales, de todos los partidos y de la sociedad civil, con el más sano de los espíritus críticos de una democracia madura. Desgraciadamente, parece que se ha querido aspirar a hacer demasiadas cosas a la vez y el resultado acaba por empachar un poco. Es un musical pero también una obra de sketches pero también una comedia de enredos y, en ocasiones, todo a la vez. Comparado con la excelente La familia irreal, se echa en falta la sencillez de ofrecer, por las mismas características que aquella propuesta permitía, un montaje más puro y sin tantos artificios, cambios escenográficos o giros argumentales complejos. En cualquier caso, Polonia. El musical contiene diálogos y situaciones geniales, aunque también otros que no lo son tanto; y, por supuesto, una entrega total de los actores de los que cabe destacar (y, quizás, esto es sólo gusto personal) un fantástico Bruno Oro (como Artur Mas y su doble), el siempre impecable Queco Novell y unos más que solventes Ivan Labanda y Mireia Portas.
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