De entrada, el aroma clásico de la estética de esta puesta en escena de Panorama desde el puente promete mucho más de lo que, finalmente, su director es capaz de llevar a cabo. Al comienzo, Eduard Fernández hace una composición de personaje bastante sólida aportando su talento, naturalidad y energía interpretativa a una propuesta minimalista, elegante y acertada. Los cambios de escena son dinámicos y el resto del reparto pone su granito de arena a una narración que avanza con determinación. Sin embargo, extrañamente, el montaje deriva en un registro de comedia que, con intención o no, banaliza la tensión, la incomodidad y el drama de todo aquello que está pasando. A partir de este momento, a pesar de mantener, de forma intermitente, momentos muy reseñables, el espectáculo pierde el tono y, cuando se trata de ponerse serio otra vez, le resulta muy difícil volver a ser verosímil. Así, se acaba cayendo en imposturas trágicas algo exageradas que desmerecen la obra. En realidad, tiene suficientes cualidades positivas y los elementos necesarios para ser una gran adaptación de este difícil clásico de Arthur Miller. No obstante, sus problemas de tono acaban por estropear la fiesta y dejan un gusto de insatisfacción que no le hace justicia al conjunto.
¡Enlace copiado!