Por mucho que se hable tanto de los millennials, que es ahora la juventud dominante (yo, por ejemplo, lo soy), ya hace tiempo que se está empezando a notar que la generación posterior (la que denominan zeta, de momento) es la que apunta a cambiar con más fuerza todos los valores caducos que ya hace demasiado que arrastramos en esta sociedad. El reparto completo de Paisajes para no colorear es un buen ejemplo de esta valentía, energía revolucionaría y ganas de romper con los mecanismos opresores que tanto tiempo se lleva ejerciendo contra las mujeres, las minorías y los desfavorecidos. De principio a fin, esta propuesta supone un grito de rebeldía liberador, catártico y necesario desde la voz en primera persona de nueve chicas adolescentes chilenas que son todo un ejemplo lucha y brutal honestidad escénica. La obra atraviesa toda una serie de denuncias sociales y políticas de una enorme gravedad pero que, al mismo tiempo, son insoportablemente habituales en nuestro presente. De este modo, ponen sobre la mesa aquellos temas a los que nadie quiere mirar de frente y lo hacen, además, de forma original, fresca, contundente, ágil y, cuando es necesario, estremecedora. Quizás, como sector, tendríamos que dejarnos de preguntar por qué los adolescentes no van al teatro y empezar a fijarnos en aquello que los adolescentes necesitan decirnos a nosotros.
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