¿Sabes cuándo estás leyendo un libro y te gusta tanto que te da rabia cuando lo acabas? ¿Sabes cuándo escuchas aquella canción que te hace volar y en los últimos acordes piensas que no puede ser, que aún tienen que quedar minutos de esa maravilla? Pues eso es lo que te pasará si va a ver Ovelles de Yago Alonso y Carmen Marfà.
Víctor, Alba y Arnau son tres hermanos que se encuentran en casa del primero para hablar de la herencia que les ha dejado un tío. Se trata, por eso, de un legado un tanto peculiar: un rebaño de ovejas. Pero no unas cuantas, centenares. Y tienen que decidir que hacen con ellas: cuidarlas, venderlas o sacrificarlas. En un principio, parece una conversación puramente de trámite, pero al encontrarse los tres, después de mucho tiempo, la tertulia de los hermanos deja en evidencia que sus vidas no son lo que se piensa y que, en realidad, se han perdido muchas cosas los unos de los otros.
El texto de la obra se desarrolla con la máxima naturalidad posible, realmente el espectador cree que está observando, a través del agujero de una cerradura, la vida de los tres personajes. Cada palabra está trabajada para no hacerse extraña al intruso que se ha metido en el comedor de cada de Víctor (o sea, nosotros).
Y si el texto es sublime, ya no sé qué se puede decir de los actores, porque Biel Duran, Sara Espígul y Albert Triola no interpretan a sus personajes, los viven, y lo hacen desde el primer minuto. El espectador ríe con ellos, se preocupa, padece e, incluso, se animaría a participar en la discusión de las ovejas – si tuviera algún papel en este asunto-.
Después de toda esta aventura, llegan las últimas palabras y se cierran todas las luces. Y te quedas huérfano, porqué habías entrado en esta familia de tres y quieres saber que pasará después, por donde irán sus vidas. Quieres más. Necesitas más. Y no te puedes creer que haya pasado tan rápido. ¿Quizá quiere decir, qué hace falta repetir?