Con los años, los textos de Tennessee Williams parece que luzcan algo menos, quizás por su estilo un poco anticuado o por unas provocaciones que hoy ya no lo son tanto. Aún así, la sordidez de sus temas, el acertado retrato de sus desvalidos personajes y la manera de evocar una determinada época de los Estados Unidos siempre acaban por convencer. En esta pieza inédita, que no esconde sus orígenes literarios ni cinematográficos, volvemos a encontrar al Williams de siempre, pero quizás más libre, más descarnado, más sincero… Se nota que es de aquel tipo de obras que algunos autores escriben sin ninguna autocensura, sabiendo que difícilmente saldrán a la luz y llegarán al gran público. Esta vez, sin embargo, Moisés Kaufman ha hecho un compendio de todo el material literario que había y lo ha reconvertido en una pieza teatral, sin que la operación resulte traumática o postiza. Es cierto que la gran cantidad de personajes y de escenarios entorpece a veces el ritmo y la acción de la trama, pero la dirección de Agustí Estadella lo intenta capear de la mejor manera posible. También Carles Roig, en el papel del boxeador reconvertido en chapero, hace un esfuerzo realmente meritorio a la hora de encarnar un personaje tan complicado y con tanto peso argumental, pero también hay que reconocer que el extenso reparto es irregular y que la resolución de algunas escenas no es tan afortunada como la de otras. Sea como sea, celebro la recuperación de un Williams, el valor de toda la compañía y también el bonito final con el que se cierra esta correcta e interesante puesta en escena.
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