Memoria Histórica Queer

Ocaña, reina de Las Ramblas

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Ocaña, reina de Las Ramblas → Espai Texas
09/03/2021

Ocaña es sin duda uno de los principales iconos queer de la historia de España, a pesar de que para él este término no hubiese significado nada posiblemente. Una figura que por su teatralidad y carisma, resulta ideal para un montaje de este tipo. Marc Rosich dirige a  Joan Vázquez en este recital teatral a ritmo de copla acompañado por la guitarra de Marc Sambola y la ayuda esporádica de un proyector.

El pintor y performer andaluz siempre se autodenominó “teatrero” y Las Ramblas eran “su escenario”. Un escenario donde personas llegadas de todas partes de España y del mediterráneo celebraban la explosión de libertad de la Barcelona que comenzaba a coquetear con la democracia. Un imaginario que esta pieza logra revivir con éxito en la mente de sus espectadores.

Teatro documental, copla y plumas de cabaret se dan la mano para presentarnos este carismático retrato del artista. Una vida alocada con un final, como era de esperar, trágico. Un canto a la libertad, a la diversidad, al descaro y a la transgresión como forma de vida. A veces en personaje y otras como narrador, Joan Vázquez logra cautivarnos durante todo el espectáculo. Aunque puede que algunos echen de menos un mayor punto de transgresión o incluso de error para hacer justicia al personaje.

Marc Rosich tampoco pierde la oportunidad de lanzar una mirada crítica a la Barcelona postolímpica. Al igual que una quemadura de bengala marcará el fin de Ocaña, la quemadura de la antorcha olímpica marcará el fin de aquellas Ramblas salvajes. Capas de cementos, gentrificación y eslogans de “Barcelona Posa’t Guapa” acabarán con la forma de vida que Ocaña encarnó. Tras ver la obra, de camino a casa, transito por unas Ramblas pandémicas y desiertas. No puedo evitar pensar si después de estos tiempos tan oscuros, volveremos a experimentar una explosión de vida, transgresión y alegría como la que se vivió en aquel tiempo, o si bien volveremos a los Free Tours y las jarras de sangría con pajitas de colores kilométricas. En cualquier caso, yo prefiero pensar en cuál será la figura transgresora que volverá a recordarnos que esta ciudad nunca dejó de ser un escenario.

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