Ahora que el teatro documental se ha convertido en un género bastante habitual de nuestros escenarios, resulta, incluso, refrescante asistir a una función que explica la historia de un personaje real, sin negar la teatralidad y la idiosincrasia mágica del espacio escénico. Marc Rosich, buen dramaturgo pero, sobre todo, un magnífico adaptador, hace un homenaje en esta obra a Ocaña, artista queer de referencia durante el franquismo y la transición, con la música en directo de Marc Sambola, luz, pluma, color, sentido del humor y emoción. El conjunto resulta, de esta forma, una fiesta cabaretera de coplas que, con su in crescendo, atrapa al espectador en su energía y un puñado de testimonios. Todo esto, como indicaba al principio, huye del carácter aséptico, riguroso y periodístico de algunas piezas de, por ejemplo, teatro verbatin, cosa que, de vez en cuando, también hay que aplaudir y celebrar.
Ocaña es un personaje que parece pedir a gritos un show de este tipo. De igual manera, Joan Vàzquez, al que muchos recordarán por su memorable Paquito Forever, parece haber nacido para encarnar el excéntrico espíritu de este icono underground, con una actuación comedidamente afeminada pero valiente y cautivadora. Rosich, vuelve a demostrar, años después de su obra Copi i Ocaña, al purgatori, su gran conocimiento del tema y su capacidad de dar profundidad a este universo, explorando el contexto histórico y atreviéndose con una crítica sociopolítica de la Barcelona postolímpica. En definitiva, un ejemplar ejercicio de memoria histórica que sirve también como defensa de la libertad y la autenticidad individuales y, de paso, como un placentero entretenimiento; cosa que, a buen seguro, a Ocaña, le hubiese encantado.