Acostumbramos a pensar que el día que nos muramos no dejaremos nada para hacer o arreglar, especialmente por lo que se refiere a las relaciones personales. Resolver los “asuntos pendientes” antes que todo se acabe parece una buena manera de cerrar la etapa vital. Es, más o menos, lo que impulsa a Louis a volver a casa de su familia después de años de estar alejado, por razones de trabajo o malestar familiar. Él mismo lo explica al inicio con un monólogo: desahuciado de la vida, decide volver por última vez a cada y ver a su madre y a sus hermanos y, así, intentar dejarlo todo sin malentendidos y con una sonrisa familiar.
Estaba claro, nada más empezar, que no sería una acción tan fácil. Volver a casa, significa enfrentarse a todo lo que dejó allí: una familia soportando una ausencia voluntaria, pero con un regusto amargo por todo lo que se quedó a medio decir o hacer. Se enfrenta a una hermana que, demasiado pequeña cuando se fue, lo idealizó y no entiende por qué no había vuelto o escrito alguna carta para seguir en contacto. Un hermano que ha cargado todo este tiempo con el peso de ser el “responsable” de la familia, sin quiere tener este papel. Una madre que vive anclada en el pasado y revive los viejos momentos familiares. Y una cuñada que intenta tener su papel dentro de la familia.
Los diálogos punzantes funcionan muy bien en la narrativa de la historia, pero el uso de los monólogos del protagonista, aunque añaden contexto, a veces son un recurso demasiado reiterativo de la historia, haciendo énfasis en momentos de la trama que funcionarían más con el sobreentendió del público gracias al entorno textual. Tampoco acaban de encajar bien algunos de los diálogos entre los personajes, mientras el enfrentamiento con la hermana y el hermano muestran vulnerabilidad y tristeza, llega a crear un clima familiar, de reproche, pero también con estimación, el que vive con su madre y la cuñada se ve impostado y encaminado a un posado lo más dramático posible. De hecho, estos dos últimos momentos son los que desconectan más al público de la obra, que se pierde entre tanta reiteración lingüística.
David Vert y Sergi Torrecilla destacan especialmente a lo largo de la producción. El primero consigue contener un balance entre la tragedia personal de su personaje y la manera de asumir los reproches familiares, con paciencia y calma (autoimpuesta). Torrecilla es quien consigue más verosimilitud para su personaje, y vemos realidad y verdad en cada sentimiento que expresa con sus propias palabras, pero también con la gesticulación y contención inicial.
La puesta en escena es sobria y funciona para el montaje, aunque se pierde un poco entre el objetivo de sus objetos, a excepción de algunos elementos que, claramente, entran a formar parte del texto. El recurso musical y visual que se hace servir en algún momento ayuda a poner ritmo a esta producción que, en demasiados momentos se hace lenta y cargante.
La desconexión durante la narración es el peor enemigo del teatro y, desgraciadamente, en esta ocasión mis pensamientos se sobrepusieron a la historia que tenía delante más de una vez.