Representar de forma conjunta las tres Comedias bárbaras de Valle-Inclán es un trabajo ingente y muy complicado. De hecho, sólo se ha realizado en dos ocasiones, una en 1991 dirigida por José Carlos Plaza y otra en el 2003 por Bigas Luna. Con Montenegro se hace un tercer intento, aunque al igual que en la versión de 2003 los textos se presentan adaptados y descabezados, lo que no le resta valor ni osadía.
La versión de Ernesto Caballero empieza por el final, con unas escenas de la última de las tres obras, Romance de lobos. Y a partir de aquí, justo en el momento en que el patriarca Juan Manuel Montenegro se dirige al entierro de su mujer, empezamos a repasar diferentes partes de su vida cruel y despiadada. Cabe decir que la idea funciona, a pesar de que el texto de Valle-Inclán no sea siempre fàcll seguir. De hecho, en el final -el más alargado y descompensado de toda la adaptación- nos encontramos con escenas duras y de digestión complicada para los espectadores no habituados al padre del esperpento.
Sea como sea, esta adaptación que nos llega del Centro Dramático Nacional tiene muchas virtudes. Una de ellas tiene nombre propio, y este es el de Ramón Barea, que hace una de las interpretaciones más importantes de su ya larga carrera. La otra es la de todo el equipo técnico, capitaneado por Caballero, ya que la producción es de un nivel altísimo. En este sentido, hay que aplaudir una producción que visualmente y estéticamente deja al espectador clavado en la silla.
Recomendable para todos los que quieran descubrir un clásico -poco representado- del teatro español, por los que admiran los relatos brutales y tenebrosos, y también para todos los que disfrutan con espectáculos aderezados con una gran dosis de megalomanía.