Existe un prejuicio hacia la obra de Molière que hace que algunos espectadores consideren que no tiene hoy la misma vigencia que la de otros autores más universales como Shakespeare o Calderón. Quizás hay una parte de verdad en esta consideración, aunque, probablemente, gran parte de la culpa también pertenece a la incapacidad de algunos de los directores contemporáneos de adaptar como caso las obras del dramaturgo francés. Dirigida por Miguel del Arco, Misántropo es una actualización ejemplar del popular drama del siglo XVII donde se demuestra que no hay que ceñirse estrictamente al texto para ser respetuoso con el espíritu de la pieza. El montaje es ágil, inteligente, personal, potencia su carácter incisivo y saca partido de todos y cada uno de sus intérpretes. Sin entrar a hacer comparaciones con otros directores, hay que recordar, sin embargo, que hemos visto en nuestros escenarios, en más de una ocasión, reinvenciones de clásicos totalmente aberrantes en nombre de la transgresión. Miguel del Arco demuestra que la modernización de un material no es necesariamente un sacrilegio, ni una banalización, ni una «petardada». Es todo una cuestión de buen gusto y criterio escénico; dos elementos que hacen de esta propuesta un espectáculo imprescindible. Si se hicieran ejercicios como este y con resultados tan buenos, los jóvenes y adolescentes, seguramente, se interesarían mucho más por los clásicos y el teatro en general.
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